El pollo de llamarse Andreíta
De la niña Andreíta puede que lo sepamos casi todo y por su orden. Pero de la mujer Andrea Janeiro Esteban no tenemos ni idea
No tengo el gusto de conocerla, pero estoy convencida de que Andrea Janeiro Esteban es una chica fuerte y madura. Tiene que serlo. Lleva 18 años siendo hija de su madre y de su padre, y eso es mucha más presión que la que ha de soportar un técnico en desactivación de bombas durante toda su vida. Porque los padres de la criatura son Belén Esteban y Jesús Janeiro, La princesa del pueblo y Jesulín de Ubrique para el planeta rosa, y eso, sin tener por qué ser ni una carga ni una ventaja, desde luego no le ha salido gratis. De Andrea, Andreíta para el mundo cardiaco, lo sabemos casi todo y no precisamente por su boca. Que su madre y su padre llevan a la greña desde casi el momento de su nacimiento. Que no se termina el pollo en las comidas. Que saca notazas. Que le mola Justin Bieber. Que es buena y formalita y educada aunque, últimamente, contestona como todas las adolescentes. Y, mantra de todos los mantras, que su santa madre ma-ta por su persona. O sea, que de la niña Andreíta puede que lo sepamos casi todo y por su orden. Pero de la mujer Andrea Janeiro Esteban no tenemos ni idea.
Nada sabemos de lo que siente una niña que ve a su madre llorar, reír, gritar, bostezar y hasta quedarse traspuesta en la tele desde que vino al mundo. De lo que barrunta una cría que escucha a su progenitora contarle al planeta con pelos, granos y señales sus rencillas con su padre y la esposa de su padre, sus adicciones, sus pleitos con sus representantes, sus operaciones de estética y las veces que lo hace y de qué manera con su novio. De lo que elucubra una escolar que sabe que sus amiguitos saben que su padre no quiere verla tanto como ella quisiera. De lo que considera que es público o privado, ético o no ético, normal o extraordinario una muchacha que ha nacido y crecido con una cámara siguiéndole los pasos desde el mismísimo útero materno. De esa Andrea, bendita sea, lo ignoramos todo. Y eso sí que es mérito suyo.
Cualquiera que tenga hijos, sobre todo hijas, adolescentes sabe que sus cumpleaños y los de sus amigos son sagrados. Los preparan como si cada uno fuera el último, se curran los regalos como si fueran de bodas, lo celebran como si no hubiera un mañana y no entienden que el mundo, todo el mundo a su vera, no se pare y se gire a felicitarles a su paso. Andrea Janeiro Esteban cumple hoy 18 años. Un día sagrado para ella y los suyos, por supuesto. La diferencia es que, con su aniversario, se ha levantado la veda sobre su pasado, su presente y su futuro, y, no solo se han publicado a toda portada todas sus fotos desde la primera ecografía en adelante, sino que le espera un acoso y derribo mediático que ríete tú del de Lady Diana Spencer a poquito que se deje. No sé por qué, pero me da que van dados. Igual la niña tiene ideas propias y mata a base de normalidad a los operarios de la trituradora de carne. Yo, desde luego, si fuera una empresa de gestión de crisis la contrataría de inmediato. Le sobra currículo.
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