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Columna
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Quiénes son los terroristas

Nadie sabe tanto de terrorismo islamista como la monarquía saudí, que acusa a Qatar

Lluís Bassets
El ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí y su homólogo emiratí ofrecen una rueda de prensa después de un encuentro para abordar la crisis actual con Catar en El Cairo.
El ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí y su homólogo emiratí ofrecen una rueda de prensa después de un encuentro para abordar la crisis actual con Catar en El Cairo.Khaled Elfiqi (EFE)

La monarquía saudí sabe mucho de terrorismo. Su experiencia le viene de muy lejos y su enorme autoridad tiene raíces en los dos bandos, en el de las víctimas y en el de los victimarios. El destituido príncipe heredero, Mohamed Bin Nayef, por ejemplo, es un experto mundial en la materia, muy bien considerado por las agencias occidentales por su dedicación a combatir a los terroristas y a reinsertarlos; pero también ha sufrido atentados, cuatro concretamente, uno de los cuales estuvo a punto de costarle la vida, cuando un terrorista aparentemente arrepentido al que recibió en su despacho hizo estallar un artefacto que llevaba en el recto.

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Entre los dirigentes saudíes ha habido de todo. Príncipes y monarcas proclives a fomentar el terrorismo y otros más proclives a combatirlo. Pierre Conesa, especialista francés en terrorismo yihadista, empieza su ensayo Doctor Saud y Míster Yihad. La diplomacia religiosa de Arabia Saudí con unas cifras elocuentes: “Los saudíes constituían el contingente más numeroso de los combatientes extranjeros contra el Ejército Rojo en Afganistán (5.000), de los terroristas del 11-S (15 de los 19), de los prisioneros de Guantánamo (115 de 611) y ahora mismo de los extranjeros del Estado Islámico en Siria e Irak con 2.500 personas”.

Nada ha proporcionado tantas justificaciones a los terroristas como el wahabismo, la doctrina religiosa oficial en Arabia Saudí, practicada bajo la vigilancia de una casta celosa de policías y clérigos mimados y privilegiados por el régimen. El wahabismo propugna “un islam milenarista, misántropo, indomable, belicoso, anticristiano, antisemita y misógino”, según el politólogo tunecino Hamadi Redissi. No se entiende la fuerza del terrorismo sin la extensión de estas doctrinas por el mundo gracias a las inversiones en enseñanza y diplomacia religiosa que viene haciendo Riad desde hace al menos 50 años, primero para combatir al laicismo izquierdista y luego para atacar a Occidente e Israel. El periodista argelino Kamel Daoud lo sintetizó en un brillante artículo en The New York Times titulado Arabia Saudí, un ISIS que ha triunfado (20-12-2015).

Atender a la autoridad y criterio saudíes a la hora de juzgar quién es terrorista, como ha hecho Donald Trump, es pedir consejo a la zorra para proteger a las gallinas. Es nula la credibilidad de las acusaciones de complicidad con el terrorismo lanzadas contra Qatar, que en ningún caso protege a los grupos terroristas más de lo que ha hecho Arabia Saudí, con el eximente de que los cataríes han apoyado los movimientos democráticos en la región a través de la cadena de televisión Al Jazeera.

Es interesante notar que los terroristas arrepentidos reciben mejor tratamiento en Arabia Saudí que los presos políticos detenidos por las protestas democráticas o que los presos de conciencia, como Raif Badawi, escritor y bloguero detenido desde 2012 y condenado a diez años de prisión y a 10.000 latigazos —suministrados de 50 en 50 durante 20 semanas— por insultar al Islam, una imputación que también le habrían hecho los asesinos del Estado Islámico. Los saudíes podrían empezar a hablar de terrorismo con autoridad si antes dejaran en libertad a Raif Badawi.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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