Los últimos, los primeros
Los 'xennials' aluden a una bisagra única: los últimos y los primeros del gran cambio en la comunicación social
Los últimos en recordar la vida antes de Internet. Los últimos en memorizar números de teléfonos fijos —aún puedo recitar unos cuantos— y en levantar el auricular sin saber quién estaba al otro lado. Los últimos en tragar saliva al llamar a casa de quien nos gustaba, impostando voz formal si contestaban sus padres. Los últimos en emborracharnos sin hacernos selfies por el camino. Los últimos en mandar cartas a los que se mudaban. Los últimos que fuimos al instituto sin redes sociales (¡qué suerte! ¡por qué poco!). Los últimos en entregar trabajos manuscritos, en usar walkman, en tener una relación de pareja sin extensión al móvil, en no ser nativos digitales pero parecerlo, en recordar el sonido de un router, en saber qué pasaba cuando salías a la calle sin móvil. Los últimos cuyo Google fue una enciclopedia y su Instagram, unos negativos.
Los primeros en tener móvil en la universidad. Los primeros en hacer trabajos a ordenador, en documentarse y copiar de Internet. Los primeros en adaptar nuestro lenguaje a los SMS. Los primeros en chatear para ligar. Los primeros de la familia en tener redes sociales. Los primeros en dejar de ver Hospital central para descargarnos Lost.
Ni generación X ni millennials. Se populariza el término xennials para aquellos que tuvimos una infancia analógica y nos hicimos adultos abrazando lo digital, nacidos entre el 77 y el 83. Toda etiqueta es reduccionista, pero esta alude a una bisagra única: los últimos y los primeros del gran cambio en la comunicación social.
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