El verdadero protagonista de 'Wonder Woman' es un hombre
Elisa McCausland, periodista y experta en cultura popular y feminismo, ha visto la última película protagonizada por Gal Gadot y esto es lo que piensa
Las que sabemos de la importancia de la representación como espejo, pero también como abismo al que asomarse para cuestionar nuestras propias estructuras, habíamos depositado ciertas esperanzas en Wonder Woman (2017). Película dirigida por Patty Jenkins y protagonizada por Gal Gadot, que confiábamos supusiera, no ya una enmienda contra la deriva presente del superhéroe hacia la indefinición y la inutilidad, de la que tanta culpa tienen DC/Warner como Marvel/Disney. También, una ampliación del campo de batalla simbólico, la presencia en la arena mainstream de un personaje inspirador, capaz de hackear un panteón heteropatriarcal de superhombres nada interesados en trascender su programación. Un personaje como Wonder Woman suponía una oportunidad idónea para mostrar el viaje de la (super)heroína como alternativa, precisamente ahora que el feminismo parece haber vuelto a la esfera pública para quedarse.
Nacida hace más de setenta y cinco años de la mano de William Moulton Marston, Elizabeth Holloway y Olive Byrne, y con una agenda política en aquellos inicios que definió al personaje como subversivo -para la época y para nuestros días-, Wonder Woman ha recorrido la historia de la cultura popular como significante iluminador para varias generaciones. Cierto es que muchos de sus significados, los más relevantes, se han visto mermados a lo largo de ese periplo; pero su influencia como arquetipo, del que se han nutrido muchas de las heroínas que han venido después, así como su valor icónico y de marca, le han permitido llegar a nuestros días con potencial como para constituirse en figura idónea a la hora de ofrecer una épica renovada a la imagen superheroica, como sucedió en Batman v Superman: El amanecer de la Justicia (Zack Snyder, 2016), en la que la amazona se erigía en ilusión para el universo cinemático DC/Warner. Pero nada más lejos de la realidad.
"Resulta sospechoso que, desde la introducción misma, se eludan conflictos definitorios de la esencia del personaje y su mitología"
Wonder Woman llega a las pantallas españolas casi un mes después de que se haya estrenado en EE UU con éxito de taquilla sostenido en el tiempo, y con una respuesta positiva por parte de la crítica de aquel país, que ha querido ver en ella una película empoderante, feminista y antibelicista. Y algo de ello hay en algunas de sus coreografías; en la traslación a la gran pantalla de la utópica Themyscira, habitada por guerreras amazonas; en la imagen de Gal Gadot como Diana que rechaza las balas con sus brazaletes y afronta, escudo en ristre, lluvias de metralla. No obstante, resulta sospechoso que, desde la introducción misma, se eludan conflictos definitorios de la esencia del personaje y su mitología, por mucho que se intente compensar con el sugerente recurso a un fresco animado firmado por los ilustradores Raffy Ochoa y Houston Sharp. Porque, ni la iconicidad de la superheroína, ni los momentos feministas, consiguen insuflar un ánimo trascendente a una película que simula abogar por la comprensión y aceptación de nuestras sombras subversivas, pero que, finalmente, se ve traicionada por una fantasía de poder.
Ello es debido a que el guionista Allan Heinberg, secundado por Zack Snyder y Jason Fuchs, ha rebajado a las amazonas y a Diana de Themyscira a meros instrumentos de lo divino; de un panteón, por otra parte, convenientemente reducido a dos deidades: Zeus como padre de todos (y todas), y Ares, dios de la guerra. Una simplificación que deja en el limbo a diosas clave en la cosmogonía de Wonder Woman, como Gea, Afrodita o Atenea. Algo que no podemos tomar a la ligera, pues determina el sentido mismo del nacimiento de Diana, el porqué de su entrenamiento, así como su misión en el mundo del hombre. La superheroína tiene sentido, en tanto feminista, mientras sea capaz de poner en jaque el sistema que la atraviesa. Que su naturaleza como personaje sea expresión de la norma nos parece, como poco, decepcionante. Que de todo el abanico de opciones que sus guionistas tenían para hacer de esta Diana un hito feminista, se haya elegido a la Wonder Woman fraguada en los cómics de Brian Azzarello y Cliff Chiang entre 2011 y 2014, subraya los intereses conservadores predominantes en Warner/DC, que han legitimado una materia prima comiquera contradictoria con la esencia marstoniana, aún de plena vigencia en trabajos de otros autores como Greg Rucka, Alan Moore o Renae De Liz.
"Si la ficción se sostiene es, en buena medida, gracias a la química entre Gal Gadot y Chris Pine, cuya interpretación y líneas de diálogo acaban por hacer de él, el auténtico protagonista de la película"
La desilusión que provoca Wonder Woman en todo lo apuntado tiene su correlato en su discutible resolución formal. En una misma escena se dan la mano el gran espectáculo legendario, y la incapacidad para armonizar las miradas que cruzan personajes, el inserto de planos detalle o las distintas texturas de las imágenes. Los cromas digitales dejan que desear en numerosas ocasiones, y el enfrentamiento final de Wonder Woman con Ares adolece de planos caricaturescos que rompen con la supuesta épica del momento. Si la ficción se sostiene es, en buena medida, gracias a la química entre Gal Gadot, de belleza icónica, y Chris Pine, cuya interpretación y líneas de diálogo acaban por hacer de él, algo por desgracia esperable, el auténtico protagonista de la película.
Como apuntábamos al principio, Wonder Woman es en sí misma un artefacto, con un poder inmenso para absorber y reflejar cada presente en que es formulada. La realización de Patty Jenkins nos habla de una época en la que las tensiones entre feminismo, mito y mercado son patentes. Creadores, fandom y prescriptores culturales quieren (queremos) creer, tal y como le ocurre a la protagonista de la película, que todo puede cambiar por arte de magia en una sola batalla. Cuando, como bien nos enseña la historia, el proceso tiene más que ver con seguir trabajando, poco a poco, y no rendirse. Nunca, ni siquiera a la autocomplacencia.
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