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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Objetivo: Irán

El yihadismo trata de torpedear a un país fundamental en la región

Un miembro de las fuerzas de seguridad se asoma a una ventana del Parlamento iraní en Teherán.
Un miembro de las fuerzas de seguridad se asoma a una ventana del Parlamento iraní en Teherán.Omid Vahabzadeh (AP)

El asalto simultáneo acaecido ayer —en una acción reivindicada por el Estado Islámico— contra el Parlamento iraní y el mausoleo del ayatolá Jomeini en Teherán constituye un hecho de extraordinaria gravedad que se produce en un momento de máxima tensión en la región del Golfo Pérsico.

El grado de coordinación de la acción terrorista y el hecho de atentar contra el corazón del sistema legislativo iraní da muestra de la capacidad operativa del terrorismo yihadista. Con toda probabilidad, el balance de 12 muertos y casi medio centenar de heridos después de cinco horas de asalto podía haberse incrementado si los terroristas hubieran podido acceder al hemiciclo donde en esos momentos se celebraba una sesión plenaria. Afortunadamente no lograron ejecutar este plan, que habría tenido consecuencias imprevisibles.

La estabilidad de Irán es una pieza indispensable para la paz en Oriente Próximo. El país persa se encuentra sumido en un proceso de reformas aperturistas encabezadas por Hasán Rohaní, que acaba de volver a obtener el respaldo mayoritario de la población al ser reelegido presidente. Cualquier acción que fomente la inestabilidad da argumentos a los halcones partidarios de una vuelta al endurecimiento del régimen. Rohaní está a favor de la normalización de relaciones con Occidente y ha sido el impulsor, desde la parte iraní, del acuerdo nuclear firmado por Teherán que garantiza la desactivación de una escalada militar que podría acabar en conflicto bélico. Este acuerdo cuenta con importantes detractores tanto fuera del Irán —el propio Donald Trump— como en el interior. Es muy peligroso que el ataque de ayer pueda ser aprovechado por los sectores extremistas iraníes contrarios al pacto.

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Además, para el yihadismo, cuya estrategia de expansión se alimenta del caos —como demuestran los casos de Libia, Siria, Irak, Somalia y Malí—, nada resultaría más apetecible que un Irán desestabilizado. Y aunque no le sirviera para su crecimiento en territorio persa —el yihadismo es suní, mientras que Irán es chií— indudablemente le dejaría las manos libres en la región.

La acción terrorista llega en un momento de tensión inédita, cuando varios países árabes, instigados por Arabia Saudí y con el apoyo explícito de Trump, han aprobado medidas extremas contra Catar. No se trata de una simple crisis diplomática; además de que hay graves acusaciones al más alto nivel, se está produciendo una expulsión masiva de ciudadanos cataríes de esos países. Y todo ello, días después de que Trump realizara su primera visita a la región, que ha mostrado tener profundos efectos desestabilizadores.

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