El espectáculo vale más que la verdad
Twitter y Facebook son vehículos impagables para los eslóganes de la extrema derecha
La extrema derecha es un eslogan. Lo ha sido siempre pero, en el siglo XXI, ese eslogan tiene una red de distribución que no tenía en el siglo XX, cuando Hitler lanzaba los suyos en un espacio físico lleno de personas, constreñido por los límites que impone el mundo tridimensional.
El mundo del político ya no es el tridimensional; hoy quien quiere transmitir una idea tiene que ir a la verdadera arena política, que es el mundo de dos dimensiones que palpita en las pantallas. Cuando quiere hacer temblar al planeta Donald Trump no convoca a una rueda prensa: lanza un tuit. La realidad virtual en la política de este siglo ha pasado a ser la realidad a secas.
El motor del nacionalismo es “el resentimiento que sentimos cuando contemplamos a los otros”, apunta Timothy Snyder (On Tyranny, Tim Duggan Books, 2017). Este resentimiento es la materia fundamental del discurso nacionalista de extrema derecha que, al ser muy elemental, se presta a ser encapsulado en un eslogan sonoro y redondo: “Make America great again”, de Trump, o “Remettre la France en ordre”, de Marine Le Pen.
Los discursos de Trump durante su campaña, aun cuando tenían lugar en el mundo tridimensional, no eran más que la espuma de los eslóganes que publicaba en Twitter, y que su público coreaba cada vez que su líder entraba en escena: “¡Build that Wall!” (construye ese muro) o “¡Lock her up!” (enciérrala). El primero se refiere al muro entre México y Estados Unidos y el segundo a la amenaza de mandar a prisión a Hillary Clinton. La amenaza y el muro no son más que dos poderosos tuits que existen solo en el mundo bidimensional.
Los discursos de Trump durante su campaña no eran más que la espuma de los eslóganes que publicaba en Twitter
No sería exagerado sugerir que el auge de la ultraderecha en Estados Unidos y en Europa, donde la mayoría de los ciudadanos existen alrededor de internet, está relacionado con la hegemonía informativa de Twitter y de Facebook, dos vehículos impagables para los eslóganes elementales de la extrema derecha.
Quizá haya llegado el momento de aceptar que el mainstream informativo ya no es la prensa clásica, la que publica investigaciones y artículos sometidos al protocolo periodístico y al fact checking. El nuevo mainstream circula por la Red, en blogs trenzados generalmente con piezas de información sesgada, sin elementos para que el lector reflexione y valore lo que acaba de leer: más que para informar son piezas para creer en ellas.
La mayoría de la gente se informa así en el siglo XXI, en la pedacería informativa que circula en la Red de forma gratuita. Nadie quiere pagar por la información seria, contrastada, y los artículos largos, que ofrecen al lector una visión más completa, y veraz, de la realidad, son cosa ya del siglo XX.
Lo que tenemos es una tierra de nadie informativa donde cualquiera, literalmente cualquiera, publica sus piezas. Tampoco sería exagerado sugerir que este río revuelto ha colaborado de forma decisiva en el auge de la ultraderecha.
La prensa seria estadounidense ha calculado que el 78% de las afirmaciones que hizo Donald Trump durante su campaña son falsas. Un porcentaje similar de falsedades deben tener las declaraciones de Marine Le Pen. Cuando la verdad deja de ser factual para volverse oracular, la evidencia es irrelevante, dice Timothy Snyder, y añade, “Si nada es verdad, entonces todo es espectáculo”, y concluye: “La posverdad es el prefascismo”.
En el mundo bidimensional, que en política es hoy el mundo real, el espectáculo vale más que la verdad. La gran calidad de la ultraderecha es, precisamente, el espectáculo.
Marine Le Pen perdió las elecciones pero el espectáculo en Europa va a continuar, la ultraderecha seguirá ganando terreno, seguirá multiplicándose, es decir, multiplicando sus eslóganes.
Lo único que puede contener este avance es un contingente sólido de ciudadanos bien informados, de personas que no se traguen el eslogan del político antes de contrastarlo con información de diversas fuentes de calidad. Gente que en lugar de creer, que es lo más fácil, piense, reflexione y llegue a sus propias conclusiones, lo cual exige, desde luego, un esfuerzo. Sin ese esfuerzo poco a poco iremos siendo avasallados por la tormenta de eslóganes, por la posverdad que apunta Snyder. Europa necesita ciudadanos que, en lugar de creer, se informen; para que la verdad resista frente al espectáculo.
Jordi Soler es escritor.
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