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Ellas, que ayunan (y trabajan el triple)

Este fin de semana comienza el mes de ayuno ritual dispuesto por el Corán, durante 30 días las mujeres musulmanas tienen muchas más tareas que atender

Mujeres afganas durante el primer día de ramadán.
Mujeres afganas durante el primer día de ramadán.JALIL REZAYEE (EFE)
Analía Iglesias

Es como celebrar la Nochebuena todas las noches a lo largo de un mes. Es lo que puede parecer el Ramadán a ojos de las incautas que nacimos del lado cristiano del mundo. Si hacemos la analogía completa, imaginaremos a las mujeres de la casa comprando ingentes cantidades de comida y cocinando durante todo el día, poniendo la mesa al atardecer para la gran familia, con ansias, y lavando cientos de platos y ollas, de madrugada. Y eso es exactamente lo que les suele tocar a las señoras en Navidad, y lo que sucede durante este mes sagrado musulmán, el mes del ayuno durante todas las horas de luz del día (y de gran fiesta durante buena parte de las horas nocturnas). Sin alcohol, eso sí.

Este fin de semana comienzan a ayunar la gran mayoría de los musulmanes del mundo, entre ellos, nuestros vecinos marroquíes, que por estar tan al oeste de La Meca suelen empezar un día más tarde (cuando se ve la Luna Nueva del noveno mes del Islam). Oficialmente, ayunan todos y cada uno de los alrededor de 1.800 millones de musulmanes del mundo (según datos del Pew Research Center), porque el cumplimiento del precepto religioso es obligatorio. Sin embargo, no para todos este mes es igual. Se pueden dibujar los contornos de los personajes claramente delimitados por su rol de género, y por su status social.

En general, se llega al Ramadán preparando la economía hogareña para el gran gasto; esto significa que, en especial, los hombres están llamados a proveer de recursos a la familia para poder afrontar un mes excepcional, en el que el presupuesto de comidas y ropa se dispara, porque hay que honrar la festividad. Y en este sentido suelen ir las lamentaciones de los padres de familia, cuando queda poco para que empiece el gran ayuno. Ellos se quejan, y a ellas se les acumula el trabajo mientras ven abiertas ciertas ventanas a una libertad imposible el resto del año.

Uno de los mercados de Jakarta, en Indonesia, lleno de gente preparando el los primeros días de ramadán.
Uno de los mercados de Jakarta, en Indonesia, lleno de gente preparando el los primeros días de ramadán. Dita Alangkara (AP)

Mientras las amas de casa cocinan platos especiales durante toda la jornada, otras trabajan día y noche: son las peluqueras y esteticistas, que cumplen horario en jornada normal, cortan un rato antes para ir a cenar con su familia, y vuelven al trabajo para continuar hasta la medianoche o la una de la mañana. En esta época del año es muy normal, y está aceptado, que las mujeres de cualquier condición circulen libremente y solas por la calle, hasta bien entrada la noche. Ellas aprovechan esta libertad temporal para ir a la peluquería, depilarse, pintarse las uñas... “A esta hora deberíamos salir para ir a la mezquita durante el Ramadán, no pedir cita para peinarnos después de cenar”, se lamentaba una peluquera, el año pasado, pasadas las 23.00 y todavía en plena faena.

Más allá del trabajo, el Ramadán significa un mes alejadas de cualquier deporte que implique bañador. Poco se quejan las adolescentes habituadas a ir a nadar al mar o a la piscina, que durante este lapso tienen que interrumpir su actividad: desde el alba hasta la puesta del sol, la mujer evitará desvestirse.

Mujeres durante el rezo 'tarawih' en Singapur.
Mujeres durante el rezo 'tarawih' en Singapur.EDGAR SU (REUTERS)

Las playas amanecen desérticas y durante el día van poblándose de chicos que juegan al fútbol y alguna que otra extranjera, que tiene total libertad para hacer lo que quiera, cuando quiera. Con la puesta del sol, se convierten en una Navidad multitudinaria, con cientos de familias de ftour (desayuno tardío, alrededor de las 20.00), con mobiliario, neveritas, menaje y kilos de comida y juguetes infantiles; comienza una larga fiesta hasta la madrugada, y se convierte en contagiosa la alegría de las chicas de los barrios populares, que disfrutan de esa vida nocturna a cuentagotas.

Bienvenidas a la temporada anual de la resignación, que alcanza a la sed y el hambre pero no siempre llega para mitigar el mal humor reinante, la tensión, la falta de nicotina y otros brebajes. A gozar del apabullante silencio, justo antes del cañonazo que señala el último haz de luz y el primer trago de agua o el dátil y la sopa tradicional marroquí, la harira. Bienvenido el primer rayo de oscuridad. Mañana será otro día.

Austeridad y recogimiento

En principio, se propone un mes de recogimiento espiritual, austeridad y empatía hacia los pobres, además de entrega a la vida familiar y la generosidad; y hay quien aprovecha este paréntesis para llevar una vida hacia adentro, de reflexión y trabajo sosegado.

Sin embargo, la primera evidente dicotomía para un extranjero en Marruecos es la exuberancia alimenticia en la calle y en las tiendas desde por la mañana. Durante todas las horas de sol se compra, se compra, se compra: el supermercado está lleno, los carritos se desbordan, la medina se puebla de puestos ambulantes de pastillas, briouates y pastelería artesanal, todo huele mucho y a recién hecho. Durante el día, las cafeterías suelen estar cerradas y hay pan solo a partir del mediodía. Recordemos que la feligresía no debería haber comido ni bebido un sorbo de agua ni masticado un chicle desde la salida del sol, alrededor de las cinco de la mañana (aunque muchos ni siquiera se levantan a esa hora a comer).

Huelga decir que quienes deciden comer o beber durante el día lo hacen a escondidas. Hay gente que pasa décadas ocultándole a su cónyuge que nunca ha ayunado, que no cree en tal sacrificio, y que jamás lo confesará a la familia o a los vecinos. Solo unos pocos optan por manifestarse en contra del artículo 222 del Código Penal marroquí (que penaliza la ruptura pública del ayuno) y que, a su vez, lanzan la pregunta: ¿es más importante el ayuno estricto o la plegaria?

Los restauradores, por su parte, están de parabienes en los barrios ricos de Casablanca, Marrakech o Rabat, porque también se cena mucho fuera. Y junto a ellos, hay otro sector en el que los empresarios se frotan las manos (aunque los trabajadores se las llevan a la cabeza) y es el de la moda. La temporada alta de desfiles de diseñadores, diseñadoras, y marcas de caftanes tradicionales transcurre en el mes inmediatamente anterior al Ramadán. Costureras y bordadoras de pedrería trabajan a destajo para entregar los vestidos a tiempo, especialmente los que se lucirán en la cena final, la del Eid al-Ftir, la última ruptura del ayuno, con la siguiente Luna Nueva.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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