Impostores
“Miro a toda esta gente y pienso, ¿qué diablos hago yo aquí? Esta gente ha hecho cosas extraordinarias"
Pongamos que tienes trabajo y disfrutas de una etapa de éxito, doblemente afortunado. Por tus logros profesionales acudes a una fiesta con invitados apasionantes: científicos, artistas, investigadores, escritores… ¡Incluso gente que ha descubierto cosas! Llegas al sarao y empiezas a sentir que en cualquier momento alguien se va a dar cuenta de que tú ahí no pintas nada. Empiezas a charlar con otro invitado. Os hace gracia que sois tocayos y, hablando un poco de todo, te suelta: “Miro a toda esta gente y pienso, ¿qué diablos hago yo aquí? Esta gente ha hecho cosas extraordinarias. Yo sólo fui donde me mandaron”.
El escritor Neil Gaiman ha rescatado en un post esta anécdota del día que conoció al astronauta Neil Armstrong. Contestaba así a un fan que le preguntaba si alguna vez había sentido el llamado Síndrome del impostor, la sensación de achacar un reconocimiento personal a la suerte y no a méritos propios. El miedo a que los demás confirmen tu sospecha de que no estás a la altura.
Puede sonar a falta de autoestima adolescente o a exceso de timidez, pero es algo frecuente entre adultos. A muchas mujeres nos pasa en entornos laborales masculinos, en parte por los estereotipos de género que aún arrastramos. Gaiman añade que se quedó más tranquilo porque si esto le pasaba al primer humano en pisar la Luna es normal que nos ocurra a todos. O a muchos. Como Martin Scorsese, que también se ha sentido impostor. No hace falta acumular el vértigo de un puñado de Oscar o de libros de éxito. La inseguridad es algo muy humano.
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