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Porque lo digo yo
Columna
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País

Hacía 16 años que no estaba en Semana Santa en España, y no me ha decepcionado

Bandera a media asta en el Ministerio de Defensa.
Bandera a media asta en el Ministerio de Defensa.Alvaro Garcia
Íñigo Domínguez

Hacía 16 años que no estaba en Semana Santa en España, y no me ha decepcionado. El viernes santo fui a Segovia y el Alcázar, dependiente del ministerio de Defensa, tenía la bandera a media asta, pero incomprensiblemente miles de personas ajenas al duelo y al ayuno devoraban toneladas de cochinillos. Llamé al dueño de un club de prostitución para un reportaje y casi me cuelga: “¡Hombre, que es viernes santo!”. Leí que el tradicional indulto a un preso en Málaga se había anulado por primera vez en 160 años porque habían propuesto a un empleado municipal condenado por corrupción. La gente se enfadó, claro, pero porque lo suspendieran. Es que es atractivo turístico, se protestó. La doble moral ha degenerado tanto que se han invertido los términos: la oficial ya es la otra. Que se consagra al turismo, a hacerlo y a recibirlo con euforia, con esa entrañable impostura con el visitante rico de Bienvenido, Mister Marshall, todos disfrazados. Es creérselo lo que resulta semiclandestino: el ABC sacaba una heroica familia cristiana que se lo tomaba en serio –no entendían estos días como vacaciones, explicaban– y parecían marcianos; y así era, de otro modo no sería noticia.

En una cofradía de Cádiz se negaron a salir porque les cambiaron la hora y aparecieron pintadas en el consejo de hermandades, que no cedió: “Hijos de puta”. Y eso que era la cofradía del Perdón, pero no se lo perdonaron. Aunque nada comparado con unos legionarios hispters cantando El novio de la muerte a unos niños enfermos de cáncer en un hospital de Málaga, “para acercarles el Cristo de la Buena Muerte”. Qué país, nuestro país. Hasta la cantante Katy Perry, por lo visto famosísima, se hizo unas fotos vestida con la bandera de España. También era un montaje, pero qué ilusión hacía.

Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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