Treinta años contigo, Barcelona
Una mirada existencial a la ciudad condal de la mano del cineasta iraní Homer Etminani, que llegó como migrante siendo niño
De la Barcelona genuina y natural que conoció a su llegada en 1987, queda poca cosa. El cineasta Homer Etminani recuerda con algo de nostalgia aquellos lugares auténticos que desaparecieron con los Juegos Olímpicos de 1992 y la consecuente espiral urbanística. Los chiringuitos sin pretensiones de la Barceloneta, la tiendecita de los insectos en la Boquería o el canódromo en la Plaza España en el que solía encontrarse con sus amistades para apostar 25 o 50 pesetas, fueron algunos de aquellos lugares simbólicos que terminaron enterrados por las aspiraciones vanguardistas de la capital catalana.
Sólo tenía 13 años cuando piso por primera vez el suelo español. Era un adolescente como cualquier otro, anhelante de saber y experiencias, y sin embargo, su camino ya rezumaba alardes de heroísmo. Nacido en Irán, bajo la monarquía del Sha, Homer Etminani procedía de uno de los puntos más inestables y convulsos del planeta. La revolución islamista de 1979 y la guerra entre Irán e Irak (1980-1988) marcaron desde muy temprano su juventud y le obligaron a ver la muerte como algo omnipresente.
Cuando las circunstancias parecían involucrarle en un destino de armas, ya que estaba en la edad para incorporarse en el ejército iraní, sus padres decidieron ejecutar un plan de huida complejo: “Tras todo tipo de avatares y artimañas de película para conseguir la orden de salida, llegó el día D, explica Homer, y tras algunos cacheos e interrogatorios, despegó el avión. Hicimos escala en Dubai y me subí en una aerolínea suiza. Me recibió una rubia azafata de ojos azules, con la melena al aire. Ese tipo de mujeres sólo las había visto en alguna que otra revista erótica que llegaban a mis manos”.
Rápidamente se impuso una nueva vida, una nueva realidad. El joven inmigrante iraní se enfrentaba a un cambio radical: nuevos idiomas (español y catalán), nuevas culturas y un nuevo continente. De inmediato, los valores liberales y el bienestar europeo lo deslumbraron. “Nunca había visto a una pareja besarse en la calle, mujeres en traje de baño en la playa, peatones respetando el semáforo, el pan francés que sólo había visto en las películas, o las bebidas alcohólicas y embutidos que en Teherán conseguíamos en el mercado negro”, recuerda el director de cine.
En aquellos tiempos, Barcelona era una atractiva ciudad del litoral mediterráneo pero todavía muy poco propensa a los intercambios culturales. Los inmigrantes resaltaban fácilmente, se contaban con los dedos de la mano, y así es como Homer Etminani se convirtió en un personaje insólito y exótico para vecinos y amigos. En el colegio las preguntas eran incesantes, pero también las bromas y canciones: “Ayatolá no me toques la pirola” y, la de Pedro Almodovar, “Gran ganga gran ganga, soy de Teherán”, eran algunas que lo persiguieron en sus primeros años.
Nunca había visto a una pareja besarse en la calle, mujeres en traje de baño en la playa, peatones respetando el semáforo...
No obstante, Homer Etminani supo adaptarse a estos cambios con un gran optimismo, siempre consciente de que lo que dejaba atrás era posiblemente el peor escenario para un niño o ser humano. En Barcelona ya no oía los bombardeos diarios ni tampoco debía refugiarse en el sótano para salvarse. Sus ganas de vivir e integrarse lo llevaron a hacerse amistades de todo tipo, aprender enseguida el español y el catalán, aventurarse por la geografía catalana, practicar deportes como el boxeo, y hasta experimentar alguna que otra droga para enterarse de lo que era.
Fue en esos años que el cine floreció de manera natural e instintiva. Aunque en Teherán ya veía muchas películas en la televisión (en su mayoría westerns o películas bélicas debido a que aparecían pocas mujeres en ellas), en Barcelona empezó a interesarse por el cine de autor e indagar conscientemente en el proceso creativo de diferentes directores. Se apasionó primero por la obra de John Ford, y al descubrir La Filmoteca, lugar sagrado de la cinematografía en la ciudad condal, continuó descubriendo a otros grandes cineastas como Bresson, Bergman, Antonioni o Fellini. “Se convirtió en mi segunda casa”, explica Homer.
El salto a los estudios de cinematografía se dio por casualidad, como la mayoría de las cosas en la vida. Un amigo le preguntó por qué no se dedicaba a esto, y él empezó a cuestionarse. Sabía que lo que sentía era mucho más que un simple interés, sin embargo, no sabía que el cine podía ser motivo de una carrera. Luego de una visita al Centro de Estudios de Estudios Cinematográficos de Cataluña (CECC), se decidió y empezó a familiarizarse con las técnicas cinematográficas. Descubrió otro tipo de cineastas como los rusos Tarkowski y Paradjanov, el iraní Kiarostami, el alemán Fassbinder o el japonés Shindo, y se cruzó con la película “Few of us”, de Sharunas Bartas, que lo cambió por completo. “Esa película fue decisiva porque me ayudó a buscar mi propia mirada”, explica Etminani antes de aludir a la etapa apasionante que se abrió para él: análisis, experimentos audiovisuales, ejercicios en clase, participaciones a festivales y grabaciones.
“Hicimos un viaje a Tabernas, Almería, para filmar un western", comenta el director de cine. "También me fui a Las Palmas de Gran Canaria para grabar otro, esta vez en las dunas y en un parque temático. Era tanto el fervor por el cine que lo conseguíamos todo. Hacía falta un caballo, pues salíamos en coche hasta ver uno. Hablábamos con el dueño y se lo sacábamos gratis. Eran simples ejercicios de clase pero lo disfrutábamos al máximo".
Como es de esperar, la sed de conocimiento le llevó a participar en muchos cortometrajes y algunos largometrajes. ”Yo grabé un largo pero fue un desastre. No lo llegué siquiera a editar, pero aprendí muchísimo”, explica el cineasta antes de mencionar su corto Nation, que se estrenó en Competición Oficial del IDFA de Ámsterdam y que resultó ser un éxito. Más adelante, volvió a probar suerte con un largometraje, grabó unas cuantas escenas, pero las cosas se precipitaron. Homer sentía la necesidad de cambiar de escenario. Planeaba trasladarse a Estados Unidos o Canadá donde tiene algunos familiares, y finalmente, al conocer una barranquillera, optó por la costa Caribe de Colombia lugar, donde permanece desde el año 2013.
“Decidí viajar a Colombia por pura aventura”, admite Homer. Este viaje marca una nueva etapa en su creación. Quizás necesitaba sentir lo que llegó a experimentar con sus primeros años en Barcelona, ser testigo de los cambios esenciales de una urbe. Ver cómo madura y define su camino, y ser capaz de acompañar esas mutaciones desde el cine. “A diferencia de Barcelona, aquí me siento partícipe de esa transformación”, reflexiona el cineasta. Además de múltiples proyectos cinematográficos, Homer Etminani ha asumido un papel preponderante en la docencia coordinando el departamento de Artes plásticas y audiovisuales en la Universidad del Atlántico. “Se está haciendo cine en el Caribe y muy bueno; películas con presencia en festivales internacionales”.
Homer sigue pensando en Barcelona como la ciudad que le ha abierto los ojos y encaminado hacia su vida artística
Con su largometraje Inmortal (2016), filmado en Barranquilla y sus alrededores, Homer Etminani ha empezado a exponer algunos relatos del oscuro periodo de la violencia colombiana. La película ganó el Premio a la Mejor Película Latinoamericana en el BAFICI. Es la primera película colombiana y barranquillera que logra ese prestigioso galardón, además de abrir la puerta a actores locales que se estrenan en este mundo. “Estoy muy agradecido y me siento muy querido”, reconoce Etminani.
Desde Barranquilla, Homer sigue pensando en Barcelona, la ve lejana y cercana a la vez, como la ciudad que le ha abierto los ojos y encaminado hacia su vida artística. Asegura que lee con frecuencia la prensa catalana para seguir conectado. Entre los cambios que ha experimentado la ciudad en los últimos años, lamenta la exagerada sofisticación de una capital que se ha convertido en una especia de parque temático siempre en busca de competitividad y de turistas, así como el ambiente socio-político que se ha vuelto demasiado tenso. La cuestión de la inmigración también es motivo de reflexión. Los recientes debates en contra y a favor de la acogida de refugiados sirios le impulsan a hablar del creciente egoísmo en las sociedades desarrolladas y mencionar el primer artículo de los derechos humanos: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Todos deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. ¿Y quién mejor que Homer Etminani para hablar del horror de la guerra y recordarnos el derecho de todo ciudadano a tener una vida digna?
Cuando le preguntan de dónde es, Homer Etminani reconoce que tiene el corazón partido, porque nació en Irán, tiene nacionalidad española y ahora vive en Colombia. Es un migrante con memoria y agradecido, que trabaja cada día para mejorar su arte y mostrar que, al fin y al cabo, somos seres universales. “Como diría Liberty Balance –dice–, soy del lugar donde cuelgo mi sombrero”. Y en efecto, hace tiempo que Homer Etminani ha superado los límites impuestos por las fronteras…
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