Duelo migratorio
Nunca estando tan lejos se pudo estar tan cerca
Las ausencias no solo las trae la muerte, de ahí que haya varios tipos de duelo. Algunos emigrados —en España se cuentan por cientos de miles desde la crisis— sufren un ‘duelo migratorio’: el ser y no ser de dos sitios al mismo tiempo, pero, sobre todo, el no estar. Tienen que aprender a perderse fiestas y alegrías, a ser los ausentes en momentos duros, a marcharse sabiendo que se han despedido para siempre de un ser querido enfermo, a presentar a sus hijos a través de una pantalla, a volver quizás una vez al año para completar en tiempo récord una yincana de cañas, pinchos de tortilla y abrazos pendientes.
Aprendo este término leyendo a Celia Arroyo, una psicóloga que atiende a pacientes por Skype, porque Internet también ha hecho que la emigración se comunique de otra manera. Gracias a WhatsApp y a las redes sociales no se pierden ni chistes ni cotilleos cotidianos y, en vez de escribir cartas, nos cuentan su vida por videollamadas. Nunca estando tan lejos se pudo estar tan cerca.
Los que nos quedamos también tenemos algo parecido a un duelo por esa ausencia, sobre todo por la de aquellos que querrían volver y no encuentran oportunidad o por los que se sienten frustrados por las aventuras edulcoradas de programas de televisión sobre los emigrados. Mientras pasamos estos duelos migratorios, los cerebros fugados que han encontrado mejores cosas que hacer en el extranjero contribuyen a una verdadera marca España. Los duelos, claro, duelen. También los de morriña.
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