Bigas Luna
Si disfrutabas de su compañía el rato suficiente, eras víctima de su picadura y ya no te reponías
Hace casi cuatro años que Bigas Luna dejó una legión de huérfanos, entre los que me encuentro. Si disfrutabas de su compañía el rato suficiente, eras víctima de su picadura y ya no te reponías.
Bigas estaba reñido con las medias tintas, con lo anodino. Era un fanático de todo lo excitante y le importaba un bledo, o le pasaba inadvertido, el resto del mundo.
Sus debilidades eran interminables: la mujer, el ajo, el jamón, la tortilla de patata, las tetas, el aceite de oliva, la paella, las máquinas tragaperras, la España profunda, el Mediterráneo, Buñuel, Hitchcock, Goya, Dalí, los collares de moscas, la leche derramada, los coños, el cabaré El Plata de Zaragoza, los perros, Benidorm, Italia, el mar de tierra de Los Monegros, los calçots, el toro de Osborne, los tambores de Híjar y la Virgen del Pilar. Te paseaba por su huerto, señalaba algunos árboles y decía: “Mira, ese es mi padre, aquel es mi madre; y este seré yo”. Él creía que su mayor gracia consistía en colocar a cada comensal en el lugar perfecto de la mesa.
También era un fanático del arte de provocar alegrías, limpiar tristezas y no dar la brasa a la gente. Cuando cayó enfermo, solo lo supieron los inevitables. Dejó dicho que no quería homenajes. Algunos de sus íntimos —Carles Sans, Javier Bardem, Celia Orós, Aitana Sánchez-Gijón, Jordi Mollá, Leonor Watling— han considerado que ese deseo ya ha prescrito y han arropado el documental Bigas x Bigas, un zumo de las grabaciones que él hacía sobre la vida alrededor. Cuatro años ya sin el tipo que se negó a rodar una película en Bélgica porque allí nunca pasaba nada excitante.
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