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Porque lo digo yo
Columna
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Monstruos

Todos tenemos un cuartito con un monstruo. La pregunta es cuánta ira le cuesta conseguir la llave de su candado, y cuán caro nos habrá salido soltarlo

Fotograma de 'Donde viven los monstruos'.
Fotograma de 'Donde viven los monstruos'.

Hace unos 20 años (se me atraganta este comienzo pero quiero ser veraz) leí un artículo realmente inflamado contra el grupo Dover en un suplemento de diario. Por entonces, los Dover me chiflaban (continúo veraz). La carta enviada por una chavala al periódico hablaba con una soberbia repugnante del disco que acababa de salir (que me chiflaba, les recuerdo). La autora cerraba deseando que al menos si sacaban un “segundo plástico” en el futuro no fuese vomitivo. Ojo a la telita que gastaba la flaca aquella.

Inundada de ira atrapé papel y boli y le compuse una oda de cieno a aquella lerda ignorante. Entre otras cosas, cerraba yo mi soflama, porque ese YA ERA su segundo plástico. Bola, set, partido. Vuelve a por otra, lerda.

Jamás envié al periódico mi declaración de guerra.

Dos años después, y por casualidad, me presentaron a la autora del artículo. Al oír su apellido se me encendió un farolillo en la memoria y se me casaron por lo civil su rostro y aquella carta anti Dover.

Milagro. Era una mujer espléndida: amable, brillante y divertida. Fuimos amigas unos cuantos años, reímos mucho juntas, fui la novia de su mejor amigo (puede que eso colaborase en el fin de nuestra amistad, pero no saltemos a otro huerto o me pasaré de veraz).

En cualquier caso, jamás vi en ella la menor traza del monstruo que escribió aquellos brutales improperios de demente. Y por suerte, ella nunca vio al mío responderle al mismo compás.

Todos tenemos un cuartito con un monstruo. La pregunta es cuánta ira le cuesta conseguir la llave de su candado, y cuán caro nos habrá salido soltarlo.

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