No quiero retos
Déjennos en paz, somos muchas las personas que nos conformamos con dar un paseo y ver una paloma volar. No necesitamos más
Acabamos de estrenar el 2017 y he aquí algunos aniversarios que se celebran:
25 años de la aparición del recoge migas
100 de la revolución rusa
Pero no es mi deseo hablar en esta columna de ese desgraciado hecho —porque al final no recogía migas ni nada, lo único que hacía era distribuirlas por la mesa— sino de una “movida más tocha” como diría Javier Marías.
Con el inicio del año no son pocos los mensajes que nos arrojan proponiéndonos retos: adelgazar, hacer deporte, aprender idiomas, viajar, no beber a solas…
¿Por qué? ¿Por qué tenemos que superarnos? ¿No podemos vivir tranquilos con nuestros kilos de más, con nuestras limitaciones, con nuestros placeres ocultos? Yo no quiero ser la mejor versión de mí mismo, me da mucha pereza; me conformo con la versión “regulera”. No soy una persona intrépida, ni ágil, ni tengo la resolución suficiente para emprender grandes empresas —ni tampoco medianas si me apuran—. Un ejemplo: Salí a correr un día —como si mi casa estuviera en llamas, con una ropa que también me hubiera servido para vendimiar— y no aguanté ni cinco minutos. No desfallezcas, me dijeron, lo conseguirás. Volví a trotar otro día, regresé peor de lo que me fui. Mi cuerpo me hizo llegar un mensaje claro: ¡Ey! ¡Conmigo no cuentes! Entonces me compré una elíptica, para lo único que me sirve es para tender la ropa encima y para pegarme sustos por la noche.
De verdad, déjennos en paz, somos muchas las personas que nos conformamos con dar un paseo y ver una paloma volar. No necesitamos más.
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