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Doce momentos en los que el cine familiar olvidó que había niños en la sala

'Solo en casa', 'Big', 'Matilda'... Parecen (y son) películas inocentes, pero, de repente, ¡zas!, roban un trozo de inocencia a los más pequeños

En 'Matilda' (1996), la niña subre un maltrato psicológico por parte de su padre estafador y su madre hortera.
En 'Matilda' (1996), la niña subre un maltrato psicológico por parte de su padre estafador y su madre hortera.

Hubo una época, que podemos situar entre finales de los años ochenta y principios de los noventa, en la que el cine estadounidense familiar (el que vio todo el planeta) rebosó violencia lúdica. Al menos en algunas fases de la historia. Eran unas películas con relatos donde los niños estaban en constante peligro de muerte. Eran historias disfrazadas de piñata festiva, pero muchas veces escondían relatos que rayaban lo terrorífico. 

Al igual que ha ocurrido con algunas películas de Pixar, estos filmes enfocados al público infantil se olvidaba claramente de que ese espectador estaba en la sala y lanzaba mensajes que hacían torcer el gesto a los propios padres. En algunas ocasiones, aquellas películas trataban a los niños como adultos sin que se dieran cuenta, y cada vez que los críos las veían se hacían un poco más mayores.

Estos son algunos ejemplos...

'Mi chica': millones de niños salieron del cine traumatizados

Recién salido del mastodóntico éxito de Solo en casa, Macaulay Culkin protagonizó, con solo 11 años, Mi chica (Howard Zieff, 1991), que se vendió como el entrañable primer amor entre Vada (interpretada por Anna Chlumsky) y Thomas (Macaulay Culkin), dos niños tan rubios como ingeniosos. Pero no era un entrañable primer amor. Veamos... Thomas, alérgico a todo en general y a las abejas en particular, le daba una patada a una colmena con letales consecuencias. Vada acababa la película convertida en una viuda precoz, y sin duda algún día le tocará rememorar aquel verano con su psicoanalista.

Mi chica rebajó nuestras expectativas en torno al primer beso y al primer amor: confórmate con que no se muera uno de ellos. Millones de niños salieron traumatizados de esta comedia estafadora, aunque no tanto como cuando vimos la secuela, que podía haberse titulado Mi chica 2. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, en la que a Vada le traicionaban las hormonas y se echaba otro novio. La muchacha rehacía así su vida un par de años más tarde de la muerte de Thomas. Demasiado pronto, Vada, demasiado pronto.

Vada y Thomas dándose su primer beso en 'Mi chica'.

'Matilda': el maltrato psicológico

Matilda es una mezcla de Lisa Simpson y Carmen Maura en ¿Qué he hecho yo para mercer esto?: sufre un maltrato psicológico sistemático por parte de su padre estafador, su madre hortera y su hermano, que parece sacado de la familia de Solo en casa. La alimentan con platos precocinados, no saben cuántos años tiene, la obligan a ver la televisión, le prohíben que lea libros y, en definitiva, que sea feliz. En el colegio la vida de Matilda sólo va a peor: la señorita Trunchbull maltrata física y psicológicamente a los niños insultándoles ("¿eres un cerdo, Amanda?"), encerrándoles en un armario (!), tirándoles por la ventana (!!), u obligándoles a comerse un pastel entero, una tortura que escandalizaría hasta al asesino de Seven. Y todo porque "yo soy mayor y tú eres pequeña".

El escritor Roald Dahl, autor del libro, es insaciable. Todos nos hemos sentido alguna vez tan incomprendidos como Matilda, incluso a algunos nuestros hermanos mayores nos hicieron creer que éramos adoptados. Y en esos momentos de soledad, habría sido fabuloso podernos ir a vivir con la señorita Honey y mover cosas con la mente sólo por diversión, no para evitar que nos maten.

La señorita Trunchbull insulta a la pequeña Amanda y después la lanza por los aires.

'Solo en casa': un parque temático de la violencia

Qué divertido, qué tortazos se daban, qué ladrones más tontos. La historia de Solo en casa (Chris Columbus, 1990) cuenta cómo dos criminales asaltan una casa porque saben que el único ocupante es un niño (Macaulay Culkin) de ocho años. Y resulta ser un parque temático de violencia gracias a que los ladrones parecían inmortales. "¡Voy a arrancarte las orejas y cocerlas en aceite para coches!", amenazaba el caco. "Cuando te pille te arrancaré las uñas con los dientes, una a una", insistía. Qué gracioso, ¿no? Pues no.

Los McAllister no deberían haber tenido seis hijos si no iban a ser capaces de contarlos. Y lo más trágico es que el regreso de su familia no es ningún final feliz: los hermanos de Kevin (Macaulay Culkin) son despreciables, su primo se come toda su pizza en cuestión de segundos y su tío le veja emocionalmente sin que sus padres le callen la boca. Nadie parece querer a Kevin McAllister. Lo más delirante es que a Kevin le da mucho más miedo su vecino anciano que los dos asesinos que acechan su hogar. Luego nos preguntamos que dónde aprenden los niños a ser violentos. Pues dónde va a ser: en el cine infantil.

La negligencia de sus padres hace que Macaulay Culkin se las tenga que ver con dos delincuentes.

'La familia Addams': la muerte les excita

En La familia Addams (Barry Sonnenfeld, 1991), Gomez y Morticia Addams se pasan la película asombrosamente excitados para tratarse de un matrimonio de mediana edad, pero hay dos cosas que les excitan especialmente: hablar en francés y fantasear con su muerte. Ambos se derriten describiendo las ganas locas que tienen de pasar la eternidad juntos, descomponiéndose bajo tierra. Los niños que veíamos la película podíamos llegar a entender la obsesión del tío Fétido con el dinero, pero ya nos costaba asimilar el concepto de la muerte como para poder gestionar la imagen de dos adultos utilizando la putrefacción de su carne como preliminares sexuales. Para tratarse de un divertimento malsano para todos los públicos, La familia Addams despertó demasiadas preguntas entre sus espectadores infantiles.

Una de las escenas 'tórridas' que protagonizan Gomez y Morticia Addams mientras fantasean con la muerte.

'La maldición de las brujas': la película que roba de cuajo la inocencia infantil

¿Quién no tenía una vecina milenaria con verrugas y alopecia que despertaba absoluto terror cuando compartíamos ascensor con ella? ¿A alguien le gustaba cuando nos agarraban de los carrillos con una fuerza asombrosa para tener 100 años? El siempre tétrico Roald Dahl corrompió en su novela La maldición de las brujas (Nicolas Roeg, 1990) dos de los cimientos sobre los cuales los niños construyen su forma de ver el mundo: los padres y el chocolate. Cuando todo lo demás falla, esas dos cosas deberían ser nuestra brújula. Pero no en el perverso universo de Dahl.

Las brujas, narigudas y calvas pero maquilladas como para ir al bingo, asesinan niños envenenando chocolatinas; o, peor aún, encerrándoles para la eternidad en un cuadro. Y lo hacen relamiéndose de gusto. Luke, el protagonista, es un huérfano que no tiene a nadie en el mundo excepto a su abuela, y su amiguito Bruno prefiere seguir convertido en ratón a volver a casa con sus padres. Esta tristeza es abrumadora hasta para un adulto, y los niños nunca volvieron a dormir igual. En la novela la tragedia era aún mayor: Luke decidía quedarse como ratón para así vivir menos y morirse a la vez que su abuela. Roald Dahl no quería comerse a los niños, pero sí su inocencia.

Brujas narigudas y calvas son las protagonistas de 'La maldición de las brujas'.

'El peque se va de marcha': ¿película infantil o 'thriller de terror'?

Del retorcido guionista de Solo en casa, esta historia de un bebé de un año secuestrado por tres tipos que piden un rescate de cinco millones de dólares haría buen caldo para un thriler de terror. Gracias a la música vivaracha y a la profesionalidad del bebé protagonista (que crece una barbaridad a lo largo de la película), el resultado de El peque se va de marcha (Patrick Read Johnson, 1994) es una comedia destartalada para ver en familia. El bebé vive aventuras en la gran ciudad exactas a las que cuenta su libro favorito, en una estructura narrativa similar a la de Desafío total, y no duda en retorcerle un testículo a su secuestrador para a continuación prenderle fuego a la entrepierna. Esta es una de esas películas de los 90 que culpaban explícitamente a la madre de desatender a su hijo. El padre, sin embargo, no parece demasiado preocupado en ningún momento.

El bebé de 'El peque se va de marcha' prende fuego a la entrepierna de uno de sus secuestradores. 

'Beetlejuice': resulta que el infierno es una sala de espera donde nunca te llaman

El cine de Tim Burton resultaba fascinante, porque no se parecía a ningún otro. Beetlejuice (o como lo rebautizamos en España, Bitelchús, 1988) es un exorcista bastante baboso y con hábitos repugnantes que se obsesiona con casarse con la adolescente Lydia (Winona Ryder), y se llevará a quien haga falta por delante. Los bichos de la película cautivaron a toda una generación de niños, que aún no entendían la frustrante burocracia del más allá: después de muertos, a los protagonistas les espera una eternidad de papeleo, formularios, colas, solicitudes y trabajadores sociales. Resulta que sí hay vida después de la muerte, y el infierno es una sala de espera infinita en la que a tu número nunca le llega el turno y un funcionario se niega a atenderte. No podemos decir que nos sorprenda.

Tim Burton convierte en infierno una sala de espera cualquiera en 'Beetlejuice' (1988).

'Jumanji': advierte a los niños de que en el mundo real no hay segundas oportunidades

Una inocente noche de juegos de mesa termina en tragedia cuando el pequeño Alan cae en la casilla de "en la jungla has de esperar, hasta un 5 o un 8 sacar". Allí pasará atrapado toda su vida, acechado por bestias salvajes, mientras su amiga Sarah se convierte irremediablemente en la loca de los gatos. Veinticinco años más tarde, otros dos niños huérfanos echan otra partida al Jumanji y sacan a Alan de la selva, de donde sale desquiciado y perseguido por un explorador obsesionado con matarle.

El resto es una comedia de enredo disparatada en la que los cuatro participantes ponen en peligro de muerte a toda la ciudad al desatar estampidas de animales pixelados. Al menos al final Alan y Sarah recuperan sus vidas y, sin trauma alguno, se aseguran de que los dos hermanos (que no recuerdan nada) no se queden huérfanos. Los niños no se percataron, pero Jumanji fue una advertencia para que, cuando fueran mayores, no desaprovechasen su vida. En el mundo real no hay segundas oportunidades.

Judy y Peter sacan a Alan de la selva, donde lleva atrapado 25 años. Pero lo peor está por llegar...

'Casper': un romance turbio disfrazado de travesura

Kat (Christina Ricci), la protagonista de Casper (Brad Silberling, 1995), fue una heroína para todos aquellos niños a los que les costaba hacer amigos. Su único compañero de aventuras está muerto. Su padre se volvió loco intentando resucitarle, y vive esclavizado y humillado por sus tres tíos, también fantasmas. El enredo y los tropezones distrajeron a los niños de un relato amargo y cruel: Cásper, a medio camino entre Pinocho y Cenicienta, se convierte en humano durante unas horas. Resulta que el fantasmita era un guaperas, y Kat se enamora de él. Pero su amor es imposible, porque él está muerto. Ella crecerá y le dejará atrás. Casper relata un romance turbio y frustrado, y enfrenta a su público con conceptos siniestros como la pérdida, la orfandad y la soledad. Es un thriller psicológico disfrazado de travesura, que trata a sus espectadores como adultos, y asume que los chavales tendrán la intuición suficiente para empatizar con la depresión. Es una película que, sin darnos cuenta, nos ayudó a hacernos mayores.

El espíritu de la madre de Kat concede a Cásper el deseo de convertirse en humano por una noche.

'Este chico es un demonio': atención, mensaje importante para los padres

Hoy es habitual que muchos padres jóvenes lleguen a la conclusión de que su hijo es hiperactivo, tras dejarle comer una tonelada de azúcar y no sacarle al parque en dos días. A esos padres les vendría bien volver a ver las travesuras de Junior en Este chico es un demonio (Dennis Dougan, 1990), un huerfanito con una pasmosa creatividad para hacer el mal.

Junior va dejando tras de sí un rastro de destrucción que incluye prender fuego a su habitación, arrasar una casa con una excavadora, utilizar un gato como arma arrojadiza, y arruinar la infancia de su vecina convirtiendo su fiesta de cumpleaños en una orgía de violencia y devastación. Junior es obviamente un chaval con serios problemas psicológicos que necesita ayuda para no acabar convertido en un asesino en serie a los 14 años. Pero como esta es una película familiar de los 90, resulta que lo único que necesitaba el muchacho incomprendido era la fuerza del amor. La secuela demostró que era mentira.

Junior hace que su vecina pase el peor cumpleaños de su vida en 'Este chico es un demonio'.

'Aventuras en la gran ciudad': nunca hables con desconocidos

Qué emocionante es escaparse a la ciudad con tu niñera, quien guarda un parecido asombroso con la chica Playboy de ese mismo mes, mientras una pandilla de mafiosos te persigue para matarte. El enredo no descansa, los chavales son atracados por unos pandilleros de minorías raciales (eran los 80, y Bill Clinton no había instaurado la corrección política) al grito de "¡dame el puto dinero!", y además encuentran tiempo para cantar un blues en un antro de mala muerte. Al final acaban jugándose la vida en la azotea de un rascacielos y la película concluye con un mensaje inequívoco para los niños: el único lugar seguro es tu barrio residencial (o el centro comercial de al lado de casa). Nunca un panfleto nos dejó tan claro que no debíamos hablar con desconocidos. Los servicios sociales deberían asegurarse de que esa niñera negligente no vuelva a trabajar.

Una niñera y los tres niños a su cargo cantan un blues en un antro de mala muerte en 'Aventuras en la gran ciudad' (1987).

'Big': vas a ser un adulto aburrido

Josh es un chaval de 12 años que no puede esperar a hacerse mayor. Gracias a una máquina expendedora de deseos, una mañana se despierta convertido en Tom Hanks y disfruta de la oportunidad de vivir unos días como adulto. Josh cumple todos los sueños de cualquier niño: puede hacer lo que le de la gana, consigue un trabajo examinando juguetes, alquila un apartamento espectacular lleno de artilugios divertidos e incluso da su primer beso. Una cosa lleva a la otra y Josh acaba perdiendo la virginidad con su compañera de trabajo, pero al final se da cuenta de que la vida de adulto es una estafa, porque acarrea demasiadas responsabilidades. Vista hoy, Big (Penny Marshall, 1989) sigue funcionando (la escena del piano gigante resulta de lo más tierna), pero además deja un poso amargo. Como Josh, tenemos toda la vida para ser adultos aburridos, pero muy poco tiempo para ser niños irresponsables. Ojalá lo hubiéramos sabido entonces.

Tom Hanks en la famosa escena donde toca un piano gigante.

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