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MIRADOR
Columna
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Ganadores

Fue en la invasión de Irak cuando comprobamos la evolución de la mentira hacia el rango de verdad ocasional, de oportunidad de negocio

David Trueba
Mural a favor de la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea y contra el "Brexit".
Mural a favor de la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea y contra el "Brexit".Getty Images

Si hoy es martes, la cotización en Bolsa de la mentira sigue subiendo. Muy pocos han hecho justicia al inventor de la palabra post-truth o posverdad, ahora recogida como vocablo del año por el Diccionario Oxford. Fue Steve Tesich, un maravilloso guionista de origen yugoslavo que encontró refugio de niño con su familia en Estados Unidos, en una época en que aún los líderes de aquel país entendían la llegada de extranjeros como una forma de enriquecimiento nacional. Tesich recurrió a la expresión posverdad en un artículo de The Nation en 1992, porque consideraba que la sociedad norteamericana prefería vivir de espaldas a las malas noticias, a la realidad y protegerse en una urna de cristal. Fue en la invasión de Irak cuando comprobamos la evolución de la mentira hacia el rango de verdad ocasional, de oportunidad de negocio. Al día de hoy, seguimos pagando las consecuencias de haber sido tan poco implacables con quienes utilizaron el engaño masivo en su propio beneficio. Por todo ello, resulta deprimente que algunos descubran la potencia de la mentira ahora. En Oxford estudió Boris Johnson, artífice intelectual del Brexit,así que nos les habrá sido complicado extraer la esencia de ese vocablo nuevo, la posverdad, que suena tan bien que me temo que contribuirá, como en tantas ocasiones, a dejar de llamar a las cosas por su nombre. A juzgar por las medidas preventivas que están tomando los Gobiernos alemán y francés de cara a sus próximas elecciones, es notorio que la influencia rusa en la manipulación de las redes puede perjudicar a la reelección de Merkel y aupar a Marine Le Pen. Lo que está en entredicho no es tanto la subjetividad radical de los ciudadanos, sino el modelado de esa presunta subjetividad.

La semana pasada, un hombre armado irrumpió en una pizzería porque la rumorología norteamericana relacionaba el local con una turbia mafia de pederastia que capitaneaba Hillary Clinton. Más cerca, vemos cómo las mentiras más zafias son aceptadas por un periodismo en cadena que se limita a servir de altavoz a datos falsos, biografías embellecidas y retoques cosméticos. En el algoritmo de Google la maledicencia cotiza por encima de la información rigurosa. Y alguien dirá que las matemáticas son así. La democracia ya aceptó competir en los mercados con una mano atada a la espalda. Derechos laborales, leyes de competencia, limpieza fiscal se han convertido en obstáculos para disputar el negocio contra las ambiciones totalitarias. De idéntica manera, la competencia electoral en las democracias acepta, sin escándalo, que un contendiente recurra a la mentira y el engaño. En esas condiciones, es fácil predecir los ganadores.

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