Qué asco de críos
Los críos no paran de darnos disgustos, pero para Sofía Vergara ya es el acabose
A Sofía Vergara la han denunciado dos embriones ultracongelados. Puede parecer el colmo, pero en Jefferson, Luisiana, no lo es. Los embriones, de nombre Emma e Isabella, la acusan de impedirles disfrutar de un fideicomiso del que se beneficiarían de pasar de su condición de embrión al de crío, luego ser adolescente y, al final, adulto. No van a poder acceder porque están ahí, congeladitos como dos guisantes en una bolsa de ídems, y sin visos de dejar de estarlo porque su futura madre rompió con su futuro padre y los dos embriones se quedaron guardados en el congelador. ¿Y quién ha visto a unos guisantes congelados heredar? Nadie. Como mucho, acompañar un roast beef.
Dejemos a los guisantes, y concentrémonos en los críos. No paran de darnos disgustos, pero para Sofía ya es el acabose. Una se acostumbra a que en cuanto cumplen 14 años, nuestros antiguos embriones devenidos en monstruitos adolescentes berreen porque no les dejemos salir hasta las seis de la mañana pintadas como un coche robado. Una hace oídos sordos a que te digan que te odian y que te sisen euros del monedero mientras tú llamas a escondidas para inscribirlas en el casting de Hermano mayor. Esto, las niñas normales. Qué no harían Emma e Isabella a su pobre madre, si ya están machacando desde la probeta, con el apoyo del hipotético padre, que anda detrás, malmetiendo.
Si yo fuera Sofía Vergara me plantaría unas gafas de sol bien grandes, me colaría en la clínica de los congelados, buscaría el termostato de la calefacción y agur. Qué asco de críos. La de disgustos que se iba a ahorrar.
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