Intimidad
Mi amiga Elena se ha comprado un muñeco sintético. Lo ha llamado Max
Mi amiga Elena se ha comprado un muñeco sintético. Lo pidió por Internet a una empresa de Los Ángeles y, por 2000 euros extra, escogió personalmente los acabados: mentón partido, abdomen de tableta, pelo en pecho (incluso un poco en la espalda, para hacerlo más humano). Lo ha llamado Max.
Para presentar a Max entre sus amistades, Elena montó una fiesta. Todos alucinamos con el aspecto del muñeco. Max era más real que nosotros:
—¿Por qué no un vibrador?
—Prefiero a una persona— explicó ella.
—¿Has probado una web de citas?
—Quiero alguien que se quede conmigo. Y que no moleste.
En fin, después de tres o cuatro copas, hasta Max parecía relajado.
Poco a poco, fotos de la pareja fueron poblando las redes sociales. Max y Elena dándose un besito en WhatsApp. Sus almohadas personalizadas en Twitter (22 reuits). Sus vacaciones en Ibiza en Facebook (36 me gusta).
Cada vez que visito a Elena, el muñeco se sienta en la mesa a nuestro lado. No habla, pero sé que no le gusto. Ayer, me hizo sentir tan incómodo que me largué nada más llegar. De noche, en la cama, me quejé con mi mujer:
—Elena se está pasando con la broma del muñeco ese.
—¿Estás celoso?
Me encogí de hombros y me puse a mirar mi email en el teléfono. Al apagar la luz, mi esposa me tocó una pierna. Rehuí sus caricias. Me habían mandado un GIF gracioso.
—Al menos apaga el móvil —se enfadó ella—. La pantalla no me deja dormir.
Me llevé mi teléfono al salón. Ahí, él y yo pudimos al fin gozar de intimidad.
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