¿Hay alguien ahí?
No manejo los corrillos, porque soy incapaz de hablar de nada, que es lo que se hace en estos eventos
El jueves fui a una fiesta. Me encontré con muchas personas conocidas y también con personas que no, pero, al parecer, debería. Soy muy malo en las fiestas. No manejo los corrillos, porque soy incapaz de hablar de nada, que es lo que se hace en estos eventos. Te juntas con un grupo dispar de personas que hablan de cosas que parecen ser algo, pero no lo son. En realidad, son cosas sentadas alrededor del cero diciéndole lo guapo que está hoy. Bien, pues solo entrar me topé con una humana que trabaja en este diario. Me presentó a otra humana que trabaja para una marca que pone anuncios. Ambas empezaron a hablar de esta columna que escribo mientras mi bandeja de entrada se llena de correos reclamando que la entregue ya. Me resultó fascinante que hubiera gente que me leyera. Me atoré. Quería que pararan y hablaran de lo guapa que estaba Ángela Molina o de lo frío que estaba el vino blanco. Pero como soy débil, ante sus palabras, me vine arriba y pensé que, allá afuera, en el mundo offline, hay gente que me lee, los que se alegran del Nobel a Dylan. Que aunque nadie me retuitee o me comparta (¿hay algo más bello que ser compartido?), la gente del papel me quiere, como el público quiere al hermano pequeño de Ray Donovan. Y, entonces, dejaron de hablarme y se pusieron a departir con un señor bien vestido que era el jefe en una empresa de esas que ponen anuncios. Me fui. Ya tenía suficiente nadería. Bebí vino blanco frío con mis amigos hasta que salió el sol y nos recordó que aquello de que el vacío es inconcebible es falso.
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