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José María Merino ha escrito que “me he negado a aceptar la subsidiariedad de la literatura respecto a la vida”. Por eso sus novelas exploran la identidad inestable de sus héroes (“médula de todo lo que escribo”) y el menguado espacio que separa la realidad de la fantasía, o el pasado remoto del presente. Musa décima evoca el siglo XVI, que tanto fascina al autor, y cómo un trozo de él se incorpora a hoy mismo; lo hace en un ritmo algo más rápido de lo habitual, y puede que entre ácido y risueño, porque incluye alguna vista censora al mundo exterior: al oscuro ámbito de las asesorías financieras (y al más sombrío del paro crónico de los titulados) y al mundo del éxito editorial, atenazado por las crisis de lectores y donde se enfrentan los escritores de éxito y los más exigentes (“los que escribís eso que llamas autoficción”, se queja Marina a Andrés), aunque también a estos les dedique un rapapolvo “el viejo novelista, cuentista y académico” en la presentación de un libro a la que acuden también Andrés y Marina.
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Seis libros de esta semana

La estudio de Ángel Viñas sobre los sobornos de Churchill y March a los generales franquistas, las crónicas de Svetlana Alexiévich sobre los huérfanos bielorrusos o los relatos de Rachel Cusk sobre el amor

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