Utopías y altermundismos
Por Serafín Luzón, grupo motor Plataforma Madrid Agroecológico
En este año 2016 se cumple el quinto centenario del ajusticiamiento de Tomas Moro, y un par de años antes de su muerte escribió un libro cuyo contenido nos resonará a muchas de las personas que participamos en la construcción de un mundo más sencillo y armónico, fundamentado en los procomunes, democrático, ascendente, y con un claro control del poder central, sea del Estado y sus profesionales o del Mercado y sus predadores.
En esta descripción novelada de la utopía de Moro todas las personas tienen que saber/ser agricultoras. Cambian de casa cada diez años, aprenden además otros oficios, pero el contacto con la tierra y la participación política en comunidades de treinta familias con representación rotatoria son parte esencial de su utopía política ascendente. Moro se mantuvo coherente a sus ideas y fidelidades hasta la muerte que se produjo por desavenencia con los intereses del rey. Será considerado mártir por los católicos y los anglicanos de cuya contienda dogmática fue víctima.
Fue amigo de otros humanistas de la época como Erasmo o Vives, con los que conforma una red de relaciones e influencias clave en la creación del ideal de humanidad. De aquel humanismo que retomaron en el XVII y el XIX, lo mejor estos modernismos del XXI. Todos estos humanistas fueron libres, supieron atacar la concentración de poder de la iglesia y de los nacientes Estados, mantenerse fieles a un ideal de humanismo, sabiduría y honestidad, sencillez de vida y entrega prosocial, que excedía lo que el protocolo y la diplomacia de su tiempo podía asumir.
De esas mismas décadas del 1510-1540 es Benito Arias Montano, botánico hortelano y pensador que se apartó del mundo y sus vanidades en su localidad natal de la sierra de Aracena en Huelva -neorural avant la lettre-. Y también Francisco de Cisneros, personaje controvertido, humanista y franciscano que llegó a ser confesor de la reina, y posteriormente arzobispo y regente por dos veces de los designios de Castilla, y que el año próximo celebra el quinientos aniversario de su muerte en Roa cuando iba a ceder la regencia a Carlos I. No deja de ser ilustrativa su capacidad de reforma de la corrupta iglesia y su honestidad y autoridad moral para ejecutar esta profundísima reforma enfrentándose a los poderosos intereses medievales de la época. No se puede negar su sombría participación en la guerra contra los moriscos en 1500 en Granada.
Pero su condición de grande radica en su arrojo reformador, que tan necesario es en nuestra época de ditirámbicos equilibrios conservadores. Su mérito no tiene relación con una obra escrita como Moro o Vives o Montano, sino con su capacidad de acción política. En el origen de su potente y sencilla claridad de acción esta el aprendizaje de los problemas de la vanidad y el poder en el mundo, que se derivan de su retirada a un modesto convento en la alcarria durante mas de una década -fuga mundi-. Su ideal del humanismo, fraguado al calor de un recóndito valle y una pequeña huerta, dio lugar al nacimiento de la universidad de Alcalá, opuesta a la visión más dogmática de la Universidad de Salamanca, controlada por los dominicos.
La universidad de Alcalá supuso una profunda apertura intelectual en la historia de la política educativa en la Castilla del inicio de la modernidad. La universidad de Alcala será sospechosa de heterodoxia pero motor del notable aunque limitado salto intelectual que se produjo en los bachilleres de la época, y en los avances de la pesada digestión de la monarquía hispánica. Uno de los valores de este humanismo se recoge en esta frase latina: si apud bibliothecam hortulum habes nihil deherit (si tienes una biblioteca mirando a una huerta, nada mas puedes desear).
Que nuestro cambio de siglo no haya dado personajes de esta grandeza humanista y sencillez humana en el entorno de los poderosos del mundo, da idea de la especial oscuridad de nuestro tiempo de soberbia y de la terrible mediocridad de la globalización y sus valedores. Los líderes y asesores de este siglo no se han formado en la retirada, el contacto con la naturaleza y los ideales de la sencillez, sino en los sueños de poder de las universidades y escuelas de negocio.
¿Qué tiene que ver el altermundismo y la sencillez de vida y las respuestas del siglo XXI con los personajes y retos del inicio del siglo XVI? Entonces estaba naciendo la modernidad. Ahora esta modernidad, y todos los excesos a que ha dado lugar muestran síntomas de soberbio estertor, para dar paso, con dolores de parto del siglo, a una nueva utopía política ecológica y social, que se alumbran desde la metamorfosis de la sencillez de vida, el estudio y la comunidad.
Seguramente la utopía de nuestro siglo, como la de Tomas Moro, tampoco llegará a encarnarse en la historia, pero al nacer desde la sencillez de la vida rural, es bien seguro que marcará de honestidad y de coherencia, el culmen de la humanidad de las generaciones que llegarán al final de nuestro siglo, y a los próximos y críticos quinientos años. Esta retirada a la sencillez de lo rural en el mermado siglo XXI alumbrará las conciencias del nuevo eón y de la nueva civilización que “utopizamos” para el XXVI. Porque la nueva utopía tiene movimiento, y la estamos convirtiendo en el único verbo legítimo de los nuevos siglos.
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