Sabidurías
Mi abuelo hacía el mejor gazpacho de la Tierra. Me da igual lo que digáis, no lo habéis probado.
Mi abuelo hacía el mejor gazpacho de la Tierra. Me da igual lo que digáis, no lo habéis probado. No podréis llevarme jamás la contraria. Vuestros gazpachos del presente palidecen frente al glorioso recuerdo del de mi abuelo. Me pirraba mirar cómo lo hacía. En mi casa somos muchos (muchos) y hablamos como si fuésemos muchos más, y solíamos reunirnos en casa de mis abuelos cada domingo. Mientras la conversación se derretía entre naipes y pictionarys (también nos encanta pintar) mi abuelo se retiraba a la cocina y preparaba toneladas de gazpacho para todo el mundo. Por descontado no usaba ninguna receta ni básculas, ni cualquier elemento que añadiese algo de precisión o método alguno al asunto. Simplemente, cocinaba para veintipico personas. La cocina se convertía en un laboratorio lleno de recipientes naranjas rebosantes, que iba trasvasando sin descanso. Yo le pregunté una vez cuál era el secreto para que siempre le saliese bien. Me dijo -sin apartar la vista de las cacerolas-: son dos. Uno, mezclar todas las cazuelas, para que todos tengáis el mismo sabor. Dos, pensar en vosotros cuando lo hago. Entonces era pequeñísima para apreciar la belleza de aquella confesión, pero supongo que ya había en mí algún mimbre de sentido común, porque a pesar de encogerme de hombros y seguir paseando mis dedos por la encimera (el transeúnte sin brazos ni cara, índice y corazón dos piernas obstinadas en ser un señor), decidí almacenar aquellas frases en algún rincón útil. Años después, cada vez que paso la escoba por esa estancia de mi cerebro, me conmuevo, y hago gazpacho pensando en él.
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