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Tentaciones
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Lo que aprendí en Wapa, el Tinder para lesbianas

Los hetero tienen Tinder; los chicos gays, Grindr. Pero, ¿qué pasa con las lesbianas? Su app predilecta para ligar es Wapa. Entramos en ella en busca de una sex partner

David Uzquiza

"¿Eres un fake o eres la verdadera?". Cuando te haces un perfil en una página de ligues buscando “la experiencia” y el primer mensaje que te llega es de alguien que sabe exactamente lo que estás haciendo, eso solo significa algo: como periodista infiltrada se te ha acabado el chollo. Pero quizá sea tu gran oportunidad de vivir intensamente.

Me doy de alta en Wapa –la app de chicas para chicas– con mi nombre real. Además, me describo como “alguien que se ha hecho lesbiana hace poco y que no lo sabe todo aún” (esto siempre da morbo), “de las que nunca ligan” (el guiño de sinceridad que enternece), y que “escribe sobre las cosas que vive y encima le pagan por eso” (profesional liberal con sentido de la autocrítica). Me rebajo la edad (no soy tonta) y me aumento exponencialmente el peso (toque de humor y crítica al sistema gordofóbico). Subo una foto mía (irónica, en un consultorio dental leyendo el Lecturas).

"Me siento una cretina haciendo zoom con el índice y el pulgar, repasando caras como quien mira Idealista"

Y salta la liebre. A juzgar por su perfil, me ha reconocido Log Lady, la mujer del tronco de Twin Peaks. “Cuando te vi imaginé que tramabas algo”, me escribe sobre la interface violeta. Nada es casual en Wapa, ni el morado ni el logo en forma de dildo ergonómico feminista. “¿Te hiciste lesbiana? —sigue— yo pensé que eras ‘no etiquetable”. Luego me increpa: “Hacerse’ lesbiana es medio raro... Pero bueno, todas lo somos”. Vale, sí, me ha pillado. Margaret Lanterman me conoce y tiene muchas más horas invertidas en Wapa y en el lesbianismo que yo. Y qué cojones, si lleva un tronco a todos lados es porque es la puta ama y sabe que el fuego camina con uno y punto. No he visto su cara, porque no tiene fotos reales, pero tampoco me importa. Tiene un nick de friki. Me cae bien.

En realidad, lo que ocurre es esto: me cansé de decir '¡hola!' a bombones que nunca me contestan. Llevo una racha un poco patética de wapeo: con Rollingirl –4.5 km de distancia–, que cuando me pasa sus fotos resulta que pesa lo mismo que yo, pero de verdad, y desata mi gordofobia más profunda. Sí, me siento una cretina haciendo zoom con el índice y el pulgar, repasando caras como quien mira Idealista. Como quien puede comprarse todas esas casas y vivir en ellas. Pero en el fondo no. Ese espejismo de poder. Wapa es una ventana más abierta en tu móvil: capitaliza el deseo de que haya algo detrás de esa ventana, te hace creer que estás a un dedo de tus sueños, a pocos kilómetros, pero siempre, siempre estás más lejos. Como Alice –3 km de distancia–, que me manda su foto sonriendo en una cama de hospital.

“Se me paralizó media cara y tengo mareos, sangrados de nariz, pérdidas de visión, lo tengo todo, no dan con ello”. Por un momento creo que quiere que juguemos al doctor, pero ella solo espera conocer gente y yo, le digo, estoy en una etapa muy sexual. “Aquí te vas a poner las botas —asegura—, se folla mucho en Wapa”, y yo que gracias, y hasta la vista, baby.

Pero si estoy a punto de creerlo solo es por Kokoro –el corazón de las cosas, en japonés, 3.5 km de distancia–, que se puso así por la novela de Natsume Soseki, y que es lo más cerca que he estado de follar. Nos hemos enviado fotos desnudas. Log Lady está a 1 km, pero no le pido quedar, aún no le he visto la cara, es pronto. La última vez que lo hice eran las 8:30 am de un domingo: ‘Ei, ¿estás?’, saludé. La chica, Rie –1.5 km–, me dijo ‘¿un café?’ y no caí. ‘¿Ahora?’, pregunté. Y se partió la caja. ¿A qué distancia está una chica que está a un kilómetro de distancia?

Log Lady es mi referente de lucidez en este encuentro salvaje con la condición humana que es el Wapa. Es el tronco que me habla desde el fondo del bosque.“Todas tienen pinta de chifladas y ninguna me sigue el rollo”, dice. Tan espantada está que ha creado un álbum de fotos titulado ‘Anti-lujuria’, en alusión a la forma que algunas wapas tienen de darse a conocer al mundo y acaba de enviármelo al correo.

Allí puede encontrarse a la wapa “yo amo a mi perro” (las fotos dan para un canal de porno zoofílico sin problema), la wapa “yo amo a mi coche y a mi moto” (el mismo amor pero sobre ruedas), “selfies morritos in the bathroom” (con cara de yonqui perdida), “me estoy comiendo un grasiento perrito caliente en un bar” (esto sí, literal, o huevos rotos), “este es mi tatuaje, salúdalo” (pues eso), “somos una pareja buscando hacer un trío y me la suda que ésta sea una app de chicas” (descarados).

Está la wapa “yo amo a mi perro”, “yo amo a mi coche y a mi moto” o “selfies morritos in the bathroom”

Casi lo olvido: la categoría “soy de las que me hago una foto con mi uniforme de segurata, mis piratas blancos, mi reloj, mi pelota de fútbol, corte de pelo militar, una modelo a cada lado y poniendo mi móvil a la altura del paquete” (una viene a expandir su lesbianismo y se encuentra con la recreación boller del machirulo más rancio). Miles de kilómetros.

Y luego están las wapas guays, las aparentemente felices y equilibradas, las que ligan todo el tiempo, las que han encontrado pareja, las que quedan y se hacen amigas (o amantes), las que son realmente guapas y no lo saben (muy pocas), las que se ríen de sí mismas. El tipo de piva que se quiere follar y se folla una de mis amigas, que está enganchada y ya no me mira cuando me habla, porque está mirando Wapa. Ella –menos de un metro de distancia– tiene un problema: cada vez que queda con una, la tía se sale del Wapa. “Es como si estuvieran buscando una esposa”, se queja sin dejar de wapear. “Yo solo quiero follar”.

Claro, de eso trata mucho de esto, pero no todo. Un día le digo a Margaret —mi único ligue en Wapa— que si quedamos. “¿Quedar para qué exactamente?”, me pregunta sorprendida, haciendo una de esas interrogantes lynchianas, sin respuesta. “Si encuentras aquí a la sexpartner de tu vida, me troncho”, dice por decir adiós. Sí, en realidad para qué, pienso. Pero igual corro a buscarla en Facebook. Para conocer su alma.

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