Cómo conseguí conservar los dientes en mi primera vez en un velero
La vela ya no es una actividad para pijos o héroes. Mandamos a un redactor a pasar la prueba y se desata como el más torpe de la expedición
La navegación a vela, además de ser la actividad de moda en agosto, es un ejercicio perfecto para el hombre moderno: combina la sensibilidad romántica del estudio del viento y la mar, entre otras variables naturales, con el nervio y el vigor necesarios para jalar de este cabo o mover aquella estructura tan pesada. Además, por supuesto, gobernar un barco, por pequeño que sea, te da caché para llevar unos relojes estupendos (con brújula) y te concede licencia inmediata para poner mirada introspectiva de hombre de mundo. Por estas ventajas, entre otras, conviene iniciarse en esta actividad, que ya no es solo para pijos.
De un tiempo a esta parte abundan los clubes náuticos que ofrecen cursos de iniciación para niños o adultos y alquileres a precios razonables, democratizando una actividad que hace no tanto se asociaba a la clase media-alta. En la costa gallega, los aficionados a la vela van desde el empresario acomodado al chavalote de barrio. Para vivir la experiencia, un grupo de personas contratamos una salida con monitor homologado en la empresa Sailway, que ofrece titulación y travesías de aprendizaje por la ría de Vigo desde 8 euros/hora mediante bono. Nuestro velero es el más pequeño y manejable de los que tienen; mide 31 pies (poco más de nueve metros) de eslora, o sea, a lo largo; y está pensado para media docena de personas. Todos los tripulantes tienen experiencia, menos este redactor.
La 'botavara' es el palo horizontal que va unido al mástil principal, formando una ele. Es el primer término que aprendes, en cuanto te golpeas la cabeza con él
A continuación, ofrecemos algunos consejos basados en la experiencia de una primera salida a vela.
1. Lo mejor es el alquiler. En el puerto deportivo de Vigo hay barcos abandonados (a algunos les han crecido plantas dentro; en el casco de otros han arraigado ya generaciones de mejillones). Pero no son de los caros. Un velero estándar, sin lujos, puede costar entre 120.000 y 150.000 euros. Si te compensa, te hipotecas, como quien comprase un piso que flota, aunque conviene tener en cuenta el dicho popular: “Un barco te da dos alegrías; el día que lo compras y el día que lo vendes”. La alternativa aconsejable, al menos al principio, es encontrar un amigo con barco o recurrir al alquiler bajo fianza.
2. Los veleros también llevan motor. Nos presentamos en el velero cinco personas contando al patrón, que arranca para alejarnos de los pantalanes y salir a la ría. Lo primero que hay que saber de los veleros es que casi todos llevan motor. Esto es bastante práctico cuando el viento deja de soplar o cuando vas demasiado justo para comer o para llegar a tiempo de ver esa carrera de F1.
3. Nada de champán, fresas o bombones. El glamour está en la tortilla. “Cuando gobiernas un velero puedes ser dos cosas: regatista o tortillero. Yo prefiero ser un patrón tortillero”. Quien así habla es Ángel Meléndez (45 años), nuestro monitor, que dice “flotar desde los seis años” y es instructor de vela desde hace una década. Los regatistas buscan la acción y prefieren el riesgo a la tranquilidad, pero no puedes pasar con ellos un domingo tranquilo en familia o tomarte un gin tonic en cubierta. “Los tortilleros tenemos claras nuestras preferencias”, continúa: “Salir al mar a comerte tu tortilla tranquilamente y que el viento te lleve”.
4. Suela blanca de goma. Al barco se va con zapatos náuticos o deportivos de suela blanca de goma. Como la cubierta es blanca, una goma oscura la llenaría de marcas. El patrón de nuestro velero nos llama la atención a quienes llevamos visera: “A navegar se trae gorro completo, que cubra las orejas. La otra opción es el melanoma. No nos engañemos: aquí nadie se pone protección solar en las orejas, porque da grima o por lo que sea, y conozco cantidad de navegantes que han tenido melanoma en esa zona. Todos salían con visera”.
En su proa va sentado un chico sintiendo el viento salitrado en la cara, como Leonardo DiCaprio en 'Titanic', pero con visera para atrás, gafas de espejos, más moreno y muy parecido, digámoslo de una vez, a Cristiano Ronaldo
5. Biodramina. Mucha gente se marea en los veleros. Algunas personas sueltan lo más profundo al más leve balanceo, pero es habitual que un principiante se prepare para ponerse blanco y sufrir en cuanto el oleaje arrecie. Para evitar males mayores, conviene salir con el estómago lleno y una dosis razonable de Biodramina.
6. Paraguas fuera. Dicen que son de mal agüero a bordo, como mencionar a los curas por sus nombres. Lo confirma nuestro monitor: “Es inexplicable, pero cierto. Subir un paraguas al barco es tener problemas. Una vez pedí a un tripulante que lo dejara en el puerto. Me siguió la corriente. Al final se rompió algo y nos quedamos tirados. Le pregunté si había traído el paraguas y lo negó. '¿Lo busco yo?', le dije. Al final, sí lo había subido. Le mandé que lo tirara al mar. Mientras yo sea patrón, no quiero un paraguas a bordo”.
7. Paciencia con el vocabulario. La terminología náutica es tan amplia que constituye un idioma propio. Mejor no frustrarse con eso. Durante los primeros quince o veinte minutos a bordo del velero hemos oído con familiaridad y soltura unas tres o cuatro docenas de conceptos extraños. Y, aunque hay algunos en inglés, la inmensa mayoría están en nuestro diccionario. Términos como winche, carro, orza, rizo, sotavento y así hasta el infinito. No todos los tripulantes identifican cada concepto, pero sí los fundamentales (entre ellos, los mencionados). La botavara es el palo horizontal que va unido al mástil principal, formando una ele. Es el primer término que aprendes, en cuanto te golpeas la cabeza con él. También tienes que saber que “la única cuerda a bordo es la del reloj; el resto se llaman cabos”.
8. Conceptos básicos. Conviene tener claras, al menos, las partes del barco. La proa es lo que va delante y casi siempre acaba en punta; la popa es la parte de atrás, el culo del navío. Babor es el costado izquierdo y estribor el derecho. Ángel, el patrón de nuestro velero, nos da la clave para aclararse desde niños: “Tú, ¿con qué mano escribes? ¿Con la derecha? Pues a ese lado lo llamamos escribor”. La pista resulta útil asumiendo un margen de error aproximado del diez por ciento; o sea, nuestra población de zurdos.
Una vez a un tipo se le ocurrió nadar con su hija entre delfines. Un animal confundió seguramente a la niña con un muñeco, la enganchó por un tobillo y, jugando, se la llevó a 30 metros de profundidad antes de soltarla. ¡Son animales salvajes!
9. ¿Es ese Cristiano Ronaldo? Se nos cruza una lancha con el motor a toda pastilla. En su proa va sentado un chico sintiendo el viento salitrado en la cara, como Leonardo DiCaprio en Titanic, pero con visera para atrás, gafas de espejos, más moreno y muy parecido, digámoslo de una vez, a Cristiano Ronaldo. “Así perdí yo tres dientes”, dice nuestro patrón. “Vino una ola potente de frente y yo estaba en la proa, el barco saltó y me dio un golpe en toda la cara. Me quedé sin dentadura y me rompí varias costillas. Para colmo, no había posibilidad de evacuación inmediata. No soy muy religioso, pero ahora, cuando veo al helicóptero patrullando, le rezo como los marineros a la Virgen del Carmen. Navegando, nunca se os ocurra poneros más allá de las amuras”. Si la proa es la cabeza del barco, las amuras serían los hombros.
10. No ir de frente contra las olas. En esto se aplica la misma regla que en los coches de choque: evita el golpe frontal. Si vienen olas fuertes, por ejemplo, incluso aunque no lo fuesen tanto como para dejarnos sin dientes, evitaremos enfrentarnos a ellas directamente de proa (esto lo sabe bien cualquier aficionado al paddle surf), porque el barco daría saltos, se desestabilizaría y tu cuñado acabaría vomitando. Entonces, a las olas fuertes se las afronta de amura (o sea, de hombro, casi en oblicuo) para que se noten menos los saltos. No hacerlo sería como acelerar el coche al pasar badenes.
11. El viento no solo sopla de atrás. Nuestro barco tiene dos velas: la mayor, que va fija, y la de delante, que se llama génova y es con la que se juega más. Los tripulantes con experiencia, en consenso con el patrón, van soltando de aquí y tirando de allá para orientar las velas al viento que más convenga. No es fácil entender estas dinámicas. Parece un misterio que una vela embolse hacia una dirección casi perpendicular y, sin embargo, la nave avance hacia delante. Son asuntos de la física, pero todos los tripulantes menos yo se han sacado el título de PER (Patrón de Embarcación de Recreo), que cuesta unos 800 euros. El patrón me dice que, para una primera salida, me conforme con recordar lo de babor y escribor.
Se aplica la misma regla que en los coches de choque: evita el golpe frontal. Si vienen olas fuertes, por ejemplo, incluso aunque no lo fuesen tanto como para dejarnos sin dientes, evitaremos enfrentarnos a ellas directamente de proa
12. El timón puede ser un palo.Existen timones de rueda (el clásico en el que todos pensamos) o de caña, que es un palo con un sistema muy similar al de las pedaletas de playa (pero esto no se lo digas al patrón). La rueda es más fácil. La caña tiene un encanto especial, pero al principio confunde un poco, porque tienes que moverla hacia babor si quieres virar a estribor y viceversa. Nuestro velero lleva caña. Al cogerla, puedes sentir en el pulso las fuerzas que ponen el barco en movimiento. Juan Carlos Fernández (47 años, directivo en una importante empresa) es otro de los tripulantes y ha navegado ya unas 300 horas. “Cuando llevo el timón y cogemos un poco de viento”, dice, “ese murmullo que genera el barco me quita todo el estrés acumulado”
13. “Ceñir es de pobres”. Tenemos el viento de frente y, sin embargo, cada vez nos movemos a mayor velocidad. Alineamos las velas casi en la dirección desde la que sopla, dejando un pequeño ángulo, y se crea entre ellas un pasillo de viento casi frontal. Cuanto más sopla contra nosotros, sin embargo, más nos impulsa hacia delante. A esta técnica de vela se le llama ceñir. Pero se trata de un ejercicio demasiado obvio para algunos patrones: “Un compañero mío dice que ceñir es de pobres”, afirma Ángel. La clase no está solamente en el acabado del casco o en los materiales y extras del barco, sino también en el modo en que navegas.
14. Ceda el paso (cuando le toque). Ancha es la mar y, sin embargo, con facilidad pueden producirse colisiones entre naves. Parece imposible, pero, durante nuestra travesía por una superficie tan vasta de agua salada, incluso lejos de la costa, debemos maniobrar varias veces para no abordar o ser abordados por otras embarcaciones que se cruzan en nuestro rumbo, la mayoría motorizadas y algunas enormes. Para todo esto hay un manual de circulación (el RIPA) que especifica las preferencias según rumbo, viento o modalidad de barco, entre muchas variables. De este reglamento, nuestro instructor nos recuerda lo más importante: “Un barco amurado a estribor es la reina de los mares”. O sea: si una nave se dirige a ti en oblicuo desde tu derecha, tiene preferencia.
15. Por último: no se fíe de los delfines. En medio de la ría se nos presenta un grupo numeroso de arroaces, una clase de delfines habituales en la costa atlántica gallega. No tienen miedo. Sin dejar de dar brincos, se sitúan en círculo y, de vez en cuando, uno se sumerge a por una lubina. "Alguna gente vive la fantasía de nadar con los delfines", dice nuestro patrón. "Bien. ¿Son simpáticos? Sí. ¿Me bañaría yo entre ellos? No. Una vez, aquí mismo, a un tipo se le ocurrió nadar con su hija entre delfines. Entonces, un animal confundió seguramente a la niña con un muñeco, la enganchó por un tobillo y, jugando, se la llevó a 30 metros de profundidad antes de soltarla. ¡Son animales salvajes!".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.