Medalla
El verdadero espíritu de unos Juegos es competir sin trampa y demostrar que hay pocas cosas antes que una victoria, pero las que hay merecen la pena
En la prueba de maratón femenino de los Juegos de Río dos gemelas alemanas entraron juntas y de la mano a la meta. La foto reunía muchos de los ingredientes preferidos de ese público que está delante de la tele buscando grandes imágenes con las que moralizar sobre el olimpismo; ingredientes por supuesto que dan sabor, o sea, especias, pero no alimentan. La búsqueda de las esencias olímpicas o no sé qué. Ese gesto de las gemelas sin embargo fue demasiado lejos. De tan ridículo retrató a la perfección el sinsentido publicitario, casi siempre cursi, que a veces encuentra sitio en los Juegos. La Federación de su país cargó contra ellas, les recordó que habían ido a Río de Janeiro a competir, no a hacer el payaso, y que para llegar de 80 y 81 no hacía falta una entrada tan majestuosa.
El mismo día, en otra prueba durísima, la de los 5.000 metros, la atleta D’Agostino ayudó a levantarse a su adversaria Hamblin. Es en el clímax de la competición cuando se resuelven estas decisiones, cuando echa a andar la moral y sus consecuencias, sin el artificio de la estampa preparada y lo pringoso del almíbar. Hay pocos escenarios mayores que unos Juegos Olímpicos, y pocas veces las tentaciones mediáticas pueden ser más seductoras, desde la historia de superación personal que permanecía oculta hasta alguna de esas casualidades que suelen servir como esbozo. Pero la historia siempre se escribe en directo, incluso en la pista. También la de D’Agostino y Hamblin, que consiguieron terminar la prueba como pudieron, casi a rastras; fueron recalificadas para la final.
La foto buscada de las gemelas, en realidad, es una especie de deformidad, ni siquiera llega a ser una parodia. Pero aprovecha de forma sensacional no tanto la plataforma que ofrecen los Juegos como la atmósfera que se propicia y la necesidad de crear imágenes e historias con un fin bastante tenebroso, que seguramente tenga que ver con los niños (los niños siempre están al final de todo). De ahí que sea tan necesaria la reacción de la Federación alemana para devolver a la realidad al público, los atletas y los medios que en nombre del espíritu olímpico se ponen a hacer no sé qué cosas con las que ser noticia; no sorprende que no acaben en ningún podio, ni que lo sepan perfectamente.
El espíritu, el verdadero espíritu de unos Juegos, es competir sin trampa y demostrar, como en el caso de la corredora caída en los 5.000, que hay pocas cosas antes que una victoria, pero las que hay merecen la pena.
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