El poder de la culpa
Como cada viernes, he entrado en la web de la revista 'People' y, como cada viernes, me fascino con que el sol aún no haya explotado sobre nuestras cabezas
Blake Lively está embarazada y deja de lucir tacones. Llámenme cuando la vean vestida de fallera. El príncipe Jorge, heredero de los Windsor, ha cumplido tres años y le han hecho unas fotos. A mí, como si le hacen la circuncisión y un Periscope. Las 10 frases de las famosas de esta semana; antes me golpeo la cabeza 10 veces con una pata de jamón que abrir ese enlace. Como cada viernes, he entrado en la web de la revista People y, como cada viernes, me fascino con que el sol aún no haya explotado sobre nuestras cabezas.
En este planeta solo quedan dos categorías: terrorífico o insignificante. Donald Trump o Ivanka Trump. Y lo peor de todo es que es culpa mía. He desarrollado un mecanismo, doloroso e infalible, por el que soy capaz de culparme de todo. Tres psicólogos (dos argentinos, el otro solo fingía el acento) no pudieron concluir si esta patología nace de una injustificada megalomanía —mi último acto heroico acaeció en 2009, y fue evitar al tropezarme con un ladrón volviendo de la barra del pub que este le robara el portátil a un colega— o de simple masoquismo. Salíamos de fiesta, y si alguien se aburría, me sentía culpable. Ganaban las elecciones los malos y, como en aquella película de Kevin Costner, pensaba que era porque no voté. Cuando encuentras paralelismos entre tu vida y una película de Kevin Costner estás jodido. Y aunque no soy asesor de Erdogan ni estilista de Blake Lively, pido perdón por que el fin del mundo llegue en vacaciones. Juro que si llego a saber cómo, acabo con el tema antes. Pero es que no tengo el poder, solo la culpa.
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