El legado de Bill Cunningham
Fue pionero y toda una institución de la moda callejera. Más que fotógrafo, se consideraba un cronista visual
La moda puede ser muy adictiva. Un volante en movimiento, un tacón extraño o un estampado lisérgico pueden revelar el espíritu de toda una época. Eso a Bill Cunningham le apasionaba. De hecho, se alimentaba exclusivamente de los atuendos, las poses y la energía que la gente desprende a través de su apariencia. En una de esas fiestas divertidas y de alto copete a las que asistía para tomar fotos, una camarera le comentó que había un poco de comida para él. Con su educación y sonrisa perenne le respondió que no, gracias, que él comía con los ojos. Una declaración que sintetiza la misión y la aportación de Cunningham al mundo de la moda a través de las páginas que hacía en The New York Times. Él se consideraba un cronista visual: la cámara era su libreta de notas. No solo inventó el street style, también anticipó la democratización de la moda y su poderío visual para ensalzar la individualidad en la era digital.
Tras su muerte hace una semana, a los 87 años, la industria de la moda ha llorado su pérdida. Porque él era toda una institución en Nueva York y, gracias a las redes sociales, también en el mundo. Además de la cascada de condolencias, un amigo y admirador, Nick Nicholson, ha lanzado una original petición. A través de Change.org le pide al alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, que renombre el cruce de calles donde él se situaba como “La esquina de Bill Cunningham”. Allí donde se encuentran la calle 57 y la Quinta Avenida, con su chaqueta azul añil, sus pantalones beige y su bicicleta, era fácil encontrarlo disparando su Nikon a la caza de estilismos. Daba igual si se trataba de una aristócrata, una abogada o Greta Garbo. “Yo solo veo ropa”, decía. Si en 2009 recibió el título de Patrimonio viviente por la organización New York Landmarks Conservancy, no sería extraño que la ciudad lo recuerde poniendo su nombre en la famosa esquina.
En 2010, el documental dirigido por Richard Press Bill Cunningham New York descubrió la persona tras el personaje. Un metraje que revela aspectos y facetas inéditas hasta la fecha. Para empezar, queda en evidencia que era mucho más que un fotógrafo de moda callejera. Cunningham, que empezó su andadura en ese mundo como diseñador de sombreros, se curtió luego en las revistas Details y Women’s Wear Daily. En esa época fue cuando cultivó su pasión por la moda. Su mirada ya estaba afilada entonces. Él fue el que habló por primera vez en EE UU del genio de Azzedine Alaïa o de Jean Paul Gaultier. Fue pionero en usar la palabra deconstrucción para explicar las creaciones de Martin Margiela. En 1967 adquirió su primera cámara y empezó a tomar fotos para documentar todo aquello que le llamaba la atención: “Lo que más me gusta de la fotografía de la calle es que encuentras respuestas que no ves en los desfiles”. Pero el valor de su trabajo no radica solo en la calidad de las instantáneas, sino también en la edición posterior, donde escogía cuidadosamente tendencias, temáticas y personajes con algo que contar.
“Si no coges el dinero, nadie te puedo decir lo que hay que hacer”, decía quien fue el primero en EE UU en hablar de Gaultier
De la gestión de su carrera se desprende una gran ética del trabajo. Mantener una distancia con la gente que retrataba era importante: “Así puedes ser más objetivo”. Eso le llevó a una vida en la que el dinero era su enemigo. En una época en la que parece que todo se puede comprar, se mostraba irreductible: “Si no coges el dinero, no te pueden decir lo que hay que hacer” o “El dinero es la cosa más barata, la libertad lo más caro”. Eso y su vida analógica lo convirtieron en un personaje a contracorriente, y eso lo hacía irresistible. Solo necesitaba su bici para desplazarse, su vieja cámara para registrar y la gente de la ciudad para lograr capturar ese instante: “El que busca la belleza, la encuentra”, dijo en su discurso cuando en 2008 el Gobierno francés le otorgó la Legión de Honor.
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