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MIRADOR
Columna
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Piqué

Lejanos ya los tiempos, por fortuna, de la famosa furia española

Julio Llamazares
Gerard Piqué, durante un entrenamiento de la selección en Niza.
Gerard Piqué, durante un entrenamiento de la selección en Niza.BULENT KILIC (AFP)

Asistí el otro día al gol de Piqué en el partido inaugural de la Selección Española de fútbol de la Eurocopa que se celebra en Francia estos días en un bar de Madrid habitualmente frecuentado por madridistas y atléticos, muchos de ellos españolistas además a juzgar por su indumentaria y sus comentarios: el más suave, cuando juega el Barcelona, es el de “¡catalanes, hijos de puta!”. A la celebración orgiástica que acompañó al gol de Piqué, tanto más exagerada y estridente cuanto que este llegó ya al final del partido, le sucedieron unos minutos de desconcierto al constatar los aficionados que el gol había sido marcado por el jugador de fútbol al que más odian: el central del Barcelona Gerard Piqué.

Desde hace meses, a Piqué le silban en los terrenos de juego de toda España todos los aficionados españolistas por sus declaraciones a favor del referéndum sobre la independencia de Cataluña, que no le impiden seguir jugando con España en tanto en cuanto es español mientras su DNI no diga lo contrario. Para muchos nacionalistas españoles una incoherencia gravísima, cuando no una provocación directa, lo que les lleva a silbarlo y a abuchearlo cada vez que toca el balón en lo que se ha convertido ya en una moda que comenzó en un partido amistoso en León, una ciudad (lo digo porque la conozco bien) en la que nadie se manifiesta por nada que no sea el precio del vino en el Barrio Húmedo. No es de extrañar, por tanto, la incomodidad vivida por todos esos aficionados al ver que estaban celebrando como una gesta española más el gol del que para ellos es un traidor y un enemigo de la patria por más que juegue con su selección de fútbol.

Lejanos ya los tiempos, por fortuna, de la famosa furia española, que tan pocos resultados deportivos dio, cuando el presidente de la Federación de Fútbol, un militar por supuesto, el general Gómez Zamalloa, arengaba a los jugadores en el vestuario antes de saltar al campo al grito de: “¡Y ahora, señores, cojones y españolía!”, resulta hasta enternecedor que todavía haya aficionados que crean que la selección de fútbol es más que eso. Que las esencias de Cataluña, que representa el Fútbol Club Barcelona, las defienda una legión de extranjeros y un jugador de Albacete o que a la selección de España el equipo español por definición aporte un solo jugador (Sergio Ramos), menos que a las de Portugal o Francia, debería hacer recapacitar a los patriotas del balompié, pero eso es tan difícil como que Rajoy aprenda del seleccionador Vicente del Bosque, el único que ha entendido en este país que al fútbol y a la política se juega con inteligencia, no con cojones y patriotismo.

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