Adorables
En las juntas de vecinos se aprecian los años de convivencia vecinal de esas gentes que llevan cuatro décadas usando el mismo ascensor
"Mis adoraaaables vecinos….". No recuerdo nada de aquella serie, ni cabecera, ni protagonistas ni la cadena en la que la emitían. Pero la cancioncilla me taladró nada más pisar el local (comunitario, claro): “Mis adoraaaables vecinos…”.
No había puesto un pie cuando una veintena de personas se me quedó mirando como un bicho raro. Quién es esta, leía en sus cabezas, qué jovencilla. A algunas directamente las veía cuchichear. Eso no había que imaginárselo.
Bienvenida a la primera junta de vecinos de mi vida. Había ido a algunas por delegación, pero una en la que mi nombre (ay, doña hipoteca, qué miedo) apareciera de verdad en los papeles (comunitarios, claro), nunca.
¿Temas del día? Todo clásicos. Que si cambiar válvulas de los radiadores (soy nueva, la mayoría manda), que si aprobar presupuestos (sobra pasta, raro, así que adelante), que si renovar la presidencia (tardaron un rato, algo menos que en el Congreso), que si Teresa quería un contador de luz en el garaje (en tres meses decidimos). Y luego palabras, palabras complicadas, casi medievales: servidumbres de paso, eficiencias energéticas, subarriendos, costes de cosas jamás escuchadas…
Pero lo más interesante es el tono. Ahí se aprecian los años de convivencia vecinal, en las formas en las que esas gentes que llevan 40 años usando el mismo ascensor se dirigen los unos a los otros. O incluso no se dirigen. Qué magnífico campo de pruebas humano. Qué voces, qué resoplidos, qué paciencia la de algunos. Normal que el administrador se llame Ángel. ¿Nunca se ha pasado un grupo de psicólogos por una reunión de vecinos, no ha mirado a través de espejos unidireccionales? Se aprende latín. Eso sí, son tres (comunitarias) horas. Para la de septiembre me lo pienso.
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