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El triunfo de Manzanares

Ha sido uno de los triunfadores de la Feria de San Isidro. Hijo de una de las figuras del toreo, trabaja por estar a la cabeza de una fiesta con un futuro incierto

El torero José María Manzanares, la semana pasada en Madrid.
El torero José María Manzanares, la semana pasada en Madrid. bernardo pérez
Antonio Lorca

Hace año y medio que falleció su padre, y aún lo echa de menos. A pesar del tiempo transcurrido, mantiene en su rostro ese rictus de tristeza que paseó por los ruedos durante la temporada pasada, vestido de catafalco y azabache, en recuerdo del maestro desaparecido. Ha abandonado el luto, pero no la melancolía. Quizá por eso, horas después del gran éxito alcanzado en la plaza de Las Ventas, que lo ha reconocido como el triunfador de la pasada Feria de San Isidro, José María Manzanares (Alicante, 1982) reconoce con voz tenue y apagada que está “relativamente tranquilo”. “Tengo mis cosas interiores”, añade, “pero ahora mismo estoy feliz”.

Ha cambiado el reluciente grana y oro de luces por un impecable traje azul que despierta la admiración de un grupo de paisanas que lo reconoce en la madrileña plaza de Santa Ana; momentos después, en una clásica biblioteca de mediados del pasado siglo, Manzanares mantiene la gravedad de su rostro, se acaricia el pelo, carraspea con frecuencia, duda y parece sentirse incómodo. Aclara que solo es tímido, desconfiado con los extraños y celoso de sí mismo. Y, a renglón seguido, reconoce que “lo de Madrid” ha significado un antes y un después en su carrera. “Ha sido un sentimiento intenso que ha supuesto mucho interiormente, pero no va a cambiar mi planteamiento inicial sobre la temporada”, afirma. “Estoy inmerso en un proceso de evolución profunda para mejorar mi concepto del toreo; el día del triunfo pude ver resultados de esa progresión en la que estoy empeñado desde que falleció mi padre”.

El torero salió a hombros por la puerta grande de la plaza de Las Ventas el pasado 1 de Junio.
El torero salió a hombros por la puerta grande de la plaza de Las Ventas el pasado 1 de Junio.Alvaro García

Manzanares emocionó el 1 de junio, en la corrida de Beneficencia a una plaza abarrotada porque se mostró como un torero diferente. Él lo explica así: “Pretendo alcanzar la máxima naturalidad sin perder la pasión. Esa era la obsesión de mi abuelo: los talones encajados, los riñones metidos, acompañar la embestida con todo el cuerpo hasta llegar al abandono físico, sin perder la entrega en cada muletazo”.

El torero está convencido de que así enamoró a Las Ventas. Pero no ha sido fácil llegar hasta ahí; tanto es así que dice haberse sentido incomprendido durante el proceso de cambio: “No he salido de un bache artístico, como muchos creen; no buscaba el triunfo fácil y toreaba más para mí que para la galería. Y es verdad que todavía arrastro un componente emocional por lo de mi padre; son muchos los recuerdos y queda un vacío que aún no he superado”.

José María Manzanares cumplió 34 años en enero, y está a punto de ser padre por tercera vez. Aún permanece erguido en el sofá, pero esboza la primera sonrisa cuando se dispone a hablar de su familia. Las distancias con los extraños se van acortando. “Mi hijo mayor solo tiene cuatro años y medio, pero la vida me ha dado un vuelco en los últimos tiempos. Me ha cambiado todo como persona y como matador. Tenía razón mi padre cuando afirmaba que cada día costaba más. Y yo le contestaba: ‘Sí, papá, pero ganas en experiencia’, y él me replicaba que aumentaba el miedo y la responsabilidad. Y es verdad. Pero estoy tranquilo. Soy una persona inestable, y mi familia me proporciona serenidad. Además, sufro mucho porque soy muy perfeccionista y disfruto muy poco. Pero en este momento, estoy feliz”.

“Soy alguien inestable, y mi familia me proporciona serenidad. Además, soy muy perfeccionista”

—¿Es usted un buen marido y padre?

—Sí, un buen padre, sí. Amo a mis hijos por encima de todo, y eso lo aprendí del mío, que fue extraordinario, e intento hacer lo mismo. Pero lo paso mal porque en Alicante, donde vivimos, hay pocas ganaderías y debo pasar tiempo fuera de casa, en la finca de mi padre o en la de mis apoderados, y los echo mucho de menos.

El torero y los hombres de su cuadrilla mantienen la costumbre de encerrarse en el campo después de la fiesta de Reyes hasta que finaliza la Feria de San Isidro, dedicados al entrenamiento intensivo para la temporada.

—¿Se cuida mucho?

—Antes hacía muchísimo deporte, pero en este momento me dedico más al toreo de salón. Si estás muy fuerte físicamente, lo aprendí de mi padre, los movimientos se vuelven más toscos y brutos. Por esa razón trabajo menos el cuerpo. Mi padre estaba muy fuerte, pero fue siempre muy delgado; yo he salido a la familia de mi madre, que es más corpulenta.

Corpulento o fuerte, lo cierto es que el físico de Manzanares despierta el interés del público y, en consecuencia, de la industria de la moda. Ha trabajado con prestigiosos fotógrafos, se ha enfundado caros trajes de marcas de lujo y ha lucido su cuerpo en portadas de revistas. La mirada del torero adquiere un tono de gravedad, se remueve en el asiento, se toca el pelo por enésima vez, carraspea para aclarar la voz y se perfila para lo que considera una aclaración importante: “Intento que mi relación con ese mundo tenga que ver con el toro o con lo que soy. Odio asistir a un evento en el que se me pueda considerar solo un modelo. Yo soy torero, y vivo por y para el toreo. Hacer incursiones en la moda en las que se vea a un torero me parece que es importante. Pero no tengo tentación de ser modelo ni me atrae ese mundo”.

José María Manzanares mirando el hotel de los toreros en Madrid.
José María Manzanares mirando el hotel de los toreros en Madrid.Bernardo Pérez

—¿Se pueden mantener los pies en el suelo cuando se alcanza el éxito siendo muy joven y le recuerdan a cada instante que es un icono de la belleza masculina?

—Es difícil. Hay muchas tentaciones, muchas distracciones… Por eso me encierro tanto tiempo en el campo, porque el cuerpo tiende a la vanidad. Hay momentos en que todo el mundo te dora la píldora. A todos nos gusta que nos digan palabras bonitas, pero hay que ser inteligente para saber dónde está el límite. Es complicado combinar la juventud y la gloria, y lo único que te salva es la gente buena que está a tu lado, que te aconseja bien. Hay que saber escuchar y a quién escuchar; debo usar mucho la mano izquierda. Pero, sí; creo que mis zapatillas están bien asentadas.

A estas alturas de la conversación, José María Manzanares ha roto la distancia, se muestra relajado y sonríe cuando se le pregunta qué hay detrás de esa mirada enigmática y seductora de galán de cine. “Soy bastante tímido cuando no conozco a las personas, pero muy divertido y bromista con mis amigos; y cariñoso con ellos y con todo el mundo. Soy sensible, muy sensible, todo me afecta mucho. Y una persona muy familiar y casera. Así creo que soy”.

Tiene un recuerdo para Sevilla (“la plaza de la Maestranza es lo más especial de mi vida”); asegura que le preocupa el momento actual de la fiesta (“está en peligro, pero no creo que desaparezca”), y espera que su carrera sea muy larga (“me queda mucho por hacer, y me gustaría estar mucho tiempo, pero no sé hasta cuándo”).

Ha sido uno de los triunfadores de la Feria de San Isidro. Hijo de una de las figuras del toreo, trabaja por estar a la cabeza de una fiesta con un futuro incierto

Y su padre… Qué pena, se lamenta, que el maestro, también José María Manzanares, no estuviera en Las Ventas para gozar con su triunfo. Ya en el hotel lo celebró con su esposa, Rocío, “que está embarazadísima y con miedo, porque deberá someterse a la tercera cesárea para que podamos ver a nuestra segunda niña”. Mientras, junto a Rocío y sus dos hijos, trata sin éxito de recordar la faena del triunfo. “Me sentí aislado; intento revivir la respuesta del público y no lo consigo. Tengo algunos flashes, destellos, pero es como si hubiera toreado en otro lugar. No fue la faena perfecta, pero hubo momentos que se acercaron a lo que yo voy buscando. Para ello trabajo, y espero que así se comprenda”.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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