La Melilla de Pepe
Sacristán ha regresado a Melilla 57 años después de haber hecho la mili. Descubrió una Melilla bella, mestiza y excitante (...) También, con esa a la que algunos reducen a la ciudad de la valla
Pepe Sacristán visitaba de niño a su padre rojo en la cárcel. El domingo, le soltó a Jordi Évole una frase que dibuja muy bien el horror de aquella España: “A los que hacíamos cola para ver a los presos, los vecinos nos vaciaban orinales encima”. Él no se pudo ver en Salvados. A la misma hora del programa, recibía el premio Ciudad de Melilla en la Semana de Cine que dirige Moisés Salama.
En 1959 Pepe fue destinado a Melilla para cumplir el servicio militar. Había leído poquísimo y, en la biblioteca municipal, se propuso devorar libros por orden alfabético de autores. Lo metieron en el calabozo cuando iba por la b, concretamente mientras leía a Nikolai Berdiaev, un filósofo ruso del que no entendió ni una palabra. Luego, seleccionó mejor sus lecturas. Desde los barracones, escribía a sus padres y les preparaba para su gran decisión: al acabar la mili, ya no volvería al taller mecánico, él quería ser artista de cine.
Sacristán ha regresado a Melilla 57 años después, en plena gloria. Él huye de los aviones pero el viaje le hacía tanta ilusión que, con su pareja Amparo Pascual, no le importó emplear 12 horas, entre el tren y el ferry. Descubrió una Melilla bella, mestiza y excitante que tiene poco que ver con la que él vivió y, también, con esa a la que algunos reducen a la ciudad de la valla.
Durante el homenaje, una foto gigantesca de Pepe lucía en la pantalla del Kursaal. Él miraba esa imagen y su memoria le devolvía a las tardes en las que, en ese mismo cine, aspiraba a ser como esos actores que le hacían volar.
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