Michael Fassbender: “Nunca entenderé la fascinación por los actores”
El ascenso del actor en la última década ha sido meteórico. Él prefiere tomarse el trabajo con humor
Una cerveza. Un eructo disimulado seguido de unas risas al ser pillado en falta. Esa es la entrada de Michael Fassbender, uno de los actores más buscados de Hollywood y de los hombres más deseados del momento. En la actualidad, tres franquicias llevan su nombre y tiene pendientes de estreno otras tantas películas independientes. Una carrera meteórica en menos de una década. De ahí que no sea de extrañar que rezume confianza y picardía con ese punto golfo que le da hoy el pelo alborotado, como recién duchado, y la camisa algo desabrochada. La barba se la tuvo que afeitar para el rodaje del nuevo Alien: Covenant, en el que participa estos días y donde retoma su papel como androide. Uno de los muchos proyectos que tiene en marcha quien no hace ni tres meses defendía el Oscar al mejor actor por su trabajo en Steve Jobs, la segunda candidatura de su carrera, y que ahora estrena X-Men: Apocalipsis mientras da los últimos toques a su próxima producción, Assassin’s Creed. Además, Fassbender (Heidelberg, 1977) rueda en Australia con Ridley Scott y espera que llegue a las pantallas ese otro trabajo más personal titulado The Light Between Oceans, que marcó el comienzo de su relación con la también mujer del momento, la oscarizada actriz Alicia Vikander.
“No puedo negar que me siento muy cómodo en mi pellejo. Podrías ponerlo así”, asegura mientras le da otro trago a la cerveza. “Es la hora ¿no?”, se disculpa sin necesidad, botellín en mano, de su momento de relax tras una jornada de trabajo. Como dice, no es un actor “muy de método”, de los que se pasa el rodaje sin salir de su personaje. Y por mucho que aquellos que trabajan con él siempre recalcan su intensidad y su preparación, prefiere aclarar jocoso que incluso cuando rueda bebe y hace el amor. “Dejemos las cosas claras”, se ríe aún con más fuerza alguien que, además, es un enamorado de la velocidad. Le gusta tomarse el trabajo con humor. “Como le dije un día a Oscar Isaac cuando nos cruzamos en el rodaje de los X-Men, él todo de azul, yo con mi capa a cuestas, aquí estamos, hombres hechos y derechos y nos pagan por ir con estas pintas”.
Su modo de hablar no hay que entenderlo como desapego. Le encanta lo que hace. Cierto que no fue de los que lo tuvo claro desde la cuna. Lo suyo fue algo más fortuito y primero tonteó con la música. “Hasta que me di cuenta que no era bueno. Más bien malo”, admite el intérprete nacido en Alemania hace 39 años y de ascendencia irlandesa. “Una vez que me decidí a ser actor, eso fue todo. Lo tuve muy claro”, añade. Lo mismo le pasó a los demás cuando le descubrieron: solo tuvieron ojos para el. Costó un rato porque Fassbender no empezó a darse a conocer hasta 2008 con Hunger (entre los entendidos) o 2011 para el público en general con X-Men: Primera generación. A punto de estrenar su tercera entrega como Magneto, mantiene el mismo equilibrio entre cine comercial e independiente porque, como dice, no tiene sentido hacer lo que hace si las salas están vacías. “Básicamente es el mismo trabajo”, asegura de papeles tan diferentes como el que hizo en Steve Jobs, su Macbeth o su próximo estreno como Callum Lynch, el protagonista de Assassin’s Creed. “Todos sabemos que las franquicias son como grandes cargueros, difíciles de maniobrar, pero el trabajo en X-Men siempre me ha parecido bueno, me interesa el personaje, su historia y me ha dado un gran número de seguidores. Gracias a ellos he podido montar mi propia compañía de producción y no puedo estarles más agradecido”, asegura. A ellos les dedica su próximo trabajo como actor y productor, ese que acaba de rodar entre España, Malta y Londres basado en un popular videojuego y donde interpreta a un asesino descendiente de los tiempos de la Inquisición. “Llevo cuatro años metido en el proyecto, desde su guion hasta ahora, así que aunque solo sea por eso Assassin’s Creed es un filme que veo con otros ojos”, resume enamorado.
Con tanto trabajo parece mentira que tenga tiempo para una cerveza y, menos aún, para disfrutar de algo de vida personal. Hoy, Londres; ayer, Almería y Montreal; mañana, Australia; en breve, Alemania para el rodaje de Entering Hades, sobre la historia real de un periodista que acabó con la vida de 11 personas en Austria. Como siempre, personajes retorcidos. “Me gusta lo de rodar en diferentes lugares. Me permite conocer mundo como si fuera de allí”, asegura sin más idiomas que el inglés dado que su alemán natal lo da por perdido. Según él, no necesita mucho para viajar: su cepillo de dientes y su ordenador. “Tampoco voy a decir que no tenga mis rarezas”, añade sin aclarar cuáles.
En cuanto a su relación con Vikander siempre hay rumores que hacen dudar. Maledicencias a las que puso fin ese beso que le dio en el teatro Dolby a la actriz nada más saberse ganadora de la estatuilla como mejor actriz secundaria por La chica danesa. O el hecho de que Fassbender, todo un caballero, cediera las entradas que le correspondían a los Globos de Oro a la familia Vikander para que pudieran disfrutar juntos de la ceremonia, escoltando a todos ellos a la misma mesa. Pero por muy jovial y distendido que esté hoy, no se le puede sacar una palabra sobre su vida privada. “Nunca acabaré de entender la fascinación que existe por la vida de los actores pero sé que es algo que viene con este trabajo”, suspira como muchas veces antes sin perder la intensidad de su sonrisa pero con el gesto algo más forzado.
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