Diez cosas que aprendimos corriendo la carrera más endemoniada con Perico Delgado
Se denomina "el infierno del norte" y es la carrera de un día más dura. Recorremos la París-Roubaix con el campeón español y aprendemos muchas cosas sobre montar en bici
A la París-Roubaix la llaman el infierno del norte. Se corre por tierras del antiguo condado de Flandes, un área cercana a la frontera que separa Francia de Bélgica y cuyo centro neurálgico es la ciudad de Lille. Lleva 120 años disputándose sin más interrupción que las dos guerras mundiales y tiene fama de ser la más dura, la más exigente y endemoniada de las carreras ciclistas de un día. Este año, acudimos a este monumento al esfuerzo y el dolor integrados en el equipo de Le Coq Sportif. La idea es hacer uno de los tres recorridos de la París-Roubaix Challenge, marcha cicloturista previa a la carrera profesional. 140 kilómetros en un trayecto circular, de Roubaix a Roubaix, que recorre los tramos más duros del infierno ‘auténtico’. El equipo cuenta con un par de invitados de excepción, los ciclistas retirados Pedro Perico Delgado y Pedro Horrillo. Con Perico, el hombre que ganó un Tour y disputó al límite otros tres, nos sumergimos en las entrañas de una carrera legendaria.
1) El infierno es Arenberg
“Lo que convierte en infernal a la París-Roubaix”, nos cuenta Delgado mientras paseamos por las calles de Lille el viernes por la tarde, “son los tramos de pavés”. Y el peor de todos es la llamada trinchera de Arenberg, un angosto sendero de adoquines que cruza un bosque a pocos kilómetros de la aldea de Wallers y que al parecer fue desbrozado en tiempos de Napoleón I y apenas ha cambiado desde entonces. Son apenas 2.400 metros y está a más de 100 kilómetros de la meta, pero los expertos coinciden en que es el tramo decisivo de la carrera. El que separa a los hombres de los niños.
2) Tú entra rápido, que ya te frenarán los adoquines
Lo dice Pedro Horrillo, que corrió “la Roubaix” en varias ocasiones y llegó a ser undécimo en 2006, además de escoltar a su amigo Juan Antonio Flecha en dos de los tres podios que consiguió en la prueba. Horrillo dirige un corto discurso a los participantes en la Challenge en el que, entre otras cosas, les recomienda A) que agarren bien el manillar, pero sin aferrarse a él, para no castigar demasiado los brazos, B) que intenten circular por el pavés con el trasero a un centímetro del sillín, para evitar rozaduras y contactos bruscos, y C) que entren en los adoquines lanzados, sin miedo, porque una vez dentro la pérdida de velocidad es inevitable. Pedro Delgado, que nunca corrió aquí como profesional, es aún más conciso, porque ya llega la hora de empezar a hablar con los pedales: “La Roubaix es sufrimiento. La Roubaix es pavés, lluvia y frío. Hoy no llueve y no hace nada de frío, así que sólo nos queda el pavés. Nos vamos a ahorrar dos terceras partes del sufrimiento”.
3) Lo del pavés iba en serio
“No creáis que estamos hablando de un suelo adoquinado como este”, añade Perico señalando el de la callejuela por la que transitamos antes de empezar la Challenge, “es un camino de piedras irregulares con grandes socavones en los que se acumula el barro y el musgo. En un día de lluvia, además de traquetear sin control, resbalas. Se hace muy difícil mantener el equilibrio”. El sábado por la mañana, el equipo de Le Coq Sportif y sus invitados, liderado por Pedro Delgado y Pedro Horrillo, pedalea en dirección al tramo infernal de Arenberg mientras cámaras, fotógrafos y cronistas les esperamos en la cuneta, dispuestos a alimentar las lentes y las retinas con su sufrimiento. Una ambulancia atiende desde hace unos minutos a un ciclista accidentado. En apenas un cuarto de hora, presenciamos tres caídas. La última de ellas, francamente aparatosa, se produce a un par de metros de un Pedro Delgado que pedalea a ritmo regular pero suave, más centrado en disfrutar de la experiencia que en “sufrir” el pavés. Los que sí parecen haberlo sufrido de lo lindo son los periodistas Roberto Palomar, jefe de redacción del diario ‘Marca’ (“te cuentan cosas terribles de este tramo, pero hasta que los notas en tus piernas y en tus bíceps no sabes realmente de lo que están hablando”) y Carlos de Andrés, experto en ciclismo y director de Teledeporte, que aprovechará el próximo avituallamiento para bajarse de la bici con un expresivo “hasta aquí he llegado”.
4) El Carrefour del Arbre es la sucursal del infierno
La dificultad de los tramos de pavés, según nos explica Pedro Horrillo, se mide por estrellas, de una a cinco. Y el tramo de cinco estrellas más cercano a la meta es el del cruce de carreteras de Campin de l’Arbre, 2.100 metros de traqueteo diabólico a sólo 15 kilómetros del destino final. Los que se mantienen en el grupo de cabeza una vez superado el último adoquín de este segundo infierno ya están en condiciones de optar a la victoria. El sábado por la noche, mientras cenamos tuétano de ternera y filete de tiburón en un restaurante del centro de Lille, los miembros del equipo no se ponen de acuerdo en si este les ha parecido o no el tramo más duro después de Arenberg. Uno de ellos ha roto la bici unos kilómetros antes, en el pavés de Mon-en-Pévèle, que según cuentan también se las trae. Será que el infierno tiene varias sucursales.
5) La Roubaix te elige, no la eliges tú a ella
De nuevo al habla Pedro Horrillo, que ama esta carrera desde que la corrió por primera vez, en 1998 con el futuro campeón del mundo Óscar Freire. “Óscar y yo nos ofrecimos voluntarios. Era una carrera tan ajena a la cultura y a la mentalidad del ciclismo español que nadie quería correrla. Nos costó completar el equipo. Se esperaba de nosotros que hiciésemos acto de presencia y abandonásemos mucho antes de llegar al Velódromo”. Sin embargo, Freire y él la completaron, en un día en que los tradicionales aguaceros de primavera de este rincón del norte de Francia dieron paso a una brutal granizada que dejó el pavés casi intransitable. A Horrillo le entusiasmó la carrera. Su originalidad, su extrema dureza. Freire, en cambio, no volvería a correrla nunca. Pedro Delgado coincide en que se trata de una carrera “para elegidos”, ciclistas “con el fondo físico, la técnica y la capacidad de sufrimiento” de sus dos últimos dominadores, el suizo Fabian Cancelara y el belga Tim Boonen. Este último declaró en cierta ocasión que en cuanto llegaba la hora de ducharse en el velódromo de Roubaix tras completar la carrera empezaba ya a pensar en la edición del año siguiente. “Es adictiva, sin duda”, remata Horrillo.
6) Con la París-Roubaix te dan el carnet de ciclista
Lo dice Pedro Delgado, un especialista en carreras largas, ganador de un Tour de Francia y dos Vueltas a España, pero muy consciente de lo que los llamados ‘cinco monumentos del ciclismo’ (la París-Roubaix, el Tour de Flandes, la Lieja-Bastogne-Lieja, la Milán-San Remo y el Tour de Lombardía) suponen en la mitología de este deporte: “De esas cinco grandes carreras cortas, la Roubaix es la más dura, la más especial. Entre los aficionados, suele decirse que no eres un ciclista de verdad si no has acabado un Tour de Francia, pero los que hemos sido profesionales también valoramos mucho la extrema dureza del infierno del Norte”. Carlos de Andrés resalta lo que esta excursión salvaje por la parte francesa del antiguo condado de Flandes tiene de excepcional: “España es un país de grandes vueltas, la única manera de que los aficionados españoles se enamorasen de la París-Roubaix sería que algún ciclista nuestro la ganase, a ser posible varias veces seguidas. Pero para muchos seguidores del ciclismo belgas, franceses, holandeses, suizos e incluso italianos, el momento álgido de la temporada es de abril a mayo y la Roubaix es la madre de todas las careras”.
7) Sufrir es disfrutar
“Cierto, la capacidad de sufrimiento es lo que mejor define a un ciclista”, admite Perico Delgado, “y este es una de aquellas pruebas que solo puedes ganar si disfrutas sufriendo”. “Somos masoquistas, qué duda cabe”, concede también Pedro Horrillo. El ciclista vizcaíno aún recuerda los problemas para conciliar el sueño la noche anterior a su debut en la carrera que tanto le gusta. Desvelados, Freire y él empezaron a hablar de lo que sabían de la Roubaix y de lo mucho que les apetecía disputarla, experimentar en sus carnes la mística de esa tradición ciclista de 120 años. Los dos coincidieron en que querían lluvia y frío. La experiencia completa. Todo el sufrimiento. “Al día siguiente”, cuenta Horrillo, “al salir el balcón y ver que granizaba, nos entró una euforia extraña, porque era evidente que ese granizo lo íbamos a sufrir a conciencia. Y vaya si lo sufrimos”.
8) Gana el que no da una pedalada de más
El domingo por la mañana, dejada atrás la extenuante marcha del día anterior, asistimos a la carrera profesional tanto en el tramo de Arenberg como en la línea de meta. A pocos kilómetros de la llegada, el ciclista australiano Matthew Hayman consigue enlazar con el grupo de cabeza, cuatro fugados entre los que estaba el gran favorito, el flamenco y cuatro veces ganador de la carrera Tom Boonen. “Va muerto”, dice de Hayman una voz anónima. “Sí”, concede Perico con la mirada fija en la pantalla gigante del velódromo, “pero a partir de ahí va a ir un rato a rueda sin dar ni una pedalada de más, y si consigue recuperar un poco, igual le da un susto a los favoritos”. En cuanto el quinteto de cabeza se asoma a la vuelta decisiva, Delgado confirma su pronóstico: “Va a ganar el del Orica”, dice en referencia al equipo en el que corre Hayman. Y sí, gana.
9) A Imanol Erviti se le dan bien los monumentos
El ciclista de Movistar nació en Pamplona hace 32 años. Acababa de ser séptimo en el Tour de Flandes y entró noveno en la París-Roubaix, tras fajarse como un diablo en los infiernos del pavés y descolgarse del grupo puntero a muy pocos kilómetros de la meta. Era el único ciclista español que entraba en alguna de las quinielas, pero su puesto entre los diez primeros supera las expectativas realistas. En la recta de salida del velódromo, un Horrillo vestido de peatón y un Erviti que está a punto de bajarse de la bici se cruzan, se saludan y se acaban dando un abrazo reverente. “¿Cómo estás, campeón?”, pregunta Horrillo. “Muerto, destrozado”, responde Erviti masticando las palabras, retorciéndose sobre el manillar. Era verdad aquello de que la Roubaix es un infierno.
10) La Roubaix es cruel con sus héroes
Tom Boonen tiene ya 35 años y es probable que esta sea su última temporada. El hombre que más ha amado la París-Roubaix en la última década y media optaba a su quinto triunfo. Hubiese superado al también belga Roger de Vlaemynk para convertirse en el gran dominador histórico de una de las carreras profesionales más antiguas del mundo. Pero no ha podido ser. Le han faltado 50 metros de velódromo. Le ha faltado suerte, quién sabe si algo de fuelle. Y le ha sobrado el ímpetu y la fe en la victoria de un australiano que no ha dado ni una pedalada de más, pero tampoco una de menos. Otro gran campeón, Fabian Cancellera optaba también a entrar en la historia, convirtiendo sus dos victorias en cuatro, pero se ha caído dos veces y llega al velódromo magullado, lejos de la gloria. La Roubaix elige a sus héroes, pero también sabe cómo y cuándo castigarlos, como una amante cruel.
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