Que nunca más gobierne el “no se puede”
El "cambio" se sustancia en la regeneración democrática y la redistribución de la renta
“Somos la piedra en el estanque” repetía, hace dos años Juan Carlos Monedero en cada mitin de Podemos. La imagen de la política española era muy gráfica y funcionaba: hacía falta un revulsivo, una piedra que moviera las aguas estancadas durante demasiado tiempo. Con nuestra irrupción en la vida pública, primero, y en las instituciones, después, “cambio” se convirtió en una palabra de orden, en un significante clave para definir un tiempo nuevo para la política. Y, como siempre sucede, se convirtió en un significante en disputa: hoy todos los actores políticos reivindican el “cambio” como parte sustancial de sus proyectos, pero cada uno le atribuye un significado diferente. En esa contienda semántica que es, en realidad, política pura, se ha movido el escenario de la política española durante las negociaciones y escenificaciones para un nuevo gobierno. Hasta que, la semana pasada, Podemos dijo basta.
Nuestra propuesta política, el cambio que propugnamos, se ha asociado de forma recurrente a dos elementos programáticos centrales: la regeneración democrática y la redistribución de la renta. Y ha sido así porque es cierto que son los dos ejes sobre los que pivota la propuesta programática de Podemos: lucha contra la corrupción, reforma fiscal, transición hacia un nuevo modelo energético, reforma del modelo de relaciones laborales que recupere derechos para los trabajadores, avance en políticas de igualdad de género, propuestas que amplíen y practiquen la participación ciudadana y un largo etcétera de medidas que pueden encajarse en esos dos ejes. Sin embargo, las propuestas programáticas no agotan la propuesta política de un actor. Ni mucho menos. De hecho, se nos achaca con razón que podríamos entendernos con Ciudadanos en materia de regeneración democrática y con el PSOE en políticas de redistribución de la renta. Y es cierto en la realidad concreta de los debates parlamentarios y las mociones que suelen debatirse en los parlamentos. Pero, del mismo modo que el programa no agota la propuesta política, los Parlamentos no agotan la política ni sus debates son el reflejo exacto de las demandas sociales. Los Parlamentos, muy por el contrario, ejercen a menudo un filtrado –a través de reglamentos, comisiones y voluntades políticas de sus órganos de gobierno-, que estrecha los márgenes del debate, los procedimenta y circunscribe el ejercicio de la representación a determinados temas encajados en límites para su tramitación en forma de leyes o productos parlamentarios varios: iniciativas no legislativas, iniciativas de control, declaraciones institucionales…
España necesita ensanchar los límites de lo posible y alcanzar mayores cotas de democracia
Vivimos, dentro de los Parlamentos, la tensión de la piedra que ya ha caído en el estanque después de ser arrojada. Tras el vuelo, aparece el riesgo de amontonarse en el fondo mientras las aguas vuelven a quedar mansas. Encajonados en la tensión entre los reglamentos parlamentarios, las negociaciones de gobierno y los márgenes estrechos de la política parlamentaria, urge dejar de ser piedra en el fondo para, como en aquel spot publicitario, convertirnos en agua y fluir.
El cambio que proponíamos, el cambio que este país demanda desde que llenó las plazas de política un 15 de mayo, no se salda con una subida del 1% del salario mínimo interprofesional (unos seis euros al mes), una cara más amable en La Moncloa y algunas camisas remangadas en los mítines. Debemos decir que "no" al acuerdo PSOE-Ciudadanos en la consulta que hemos convocado entre nuestros inscritos porque no vinimos a la política a reforzar los márgenes de lo que se puede o no se puede hacer fijados por los poderosos durante décadas.
Vinimos a remover las aguas en el estanque ensanchando, precisamente, las fronteras de lo posible. Modestamente, hemos conseguido ensancharlas en lo que tiene que ver con las formas, con los debates públicos y en la gestión de decenas de ayuntamientos. Pero necesitamos romper un impasse agonista que dura ya casi 40 años, desde los pactos de La Moncloa, que viene a sostener que la política económica es un arcano y no se toca.
Nuestro país necesita una reforma fiscal porque tres de cada cuatro euros que financian al Estado vienen del bolsillo de familias y trabajadores a través del IVA y el IRPF fundamentalmente, mientras que las rentas del capital superan el 50% del PIB desde 2011. La necesita porque el 20% de la economía productiva dependía de un modelo de crecimiento que no va a volver y se quebró con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y necesitamos un impulso productivo que solo puede desbloquear un gran volumen de inversión pública en I+D+i y en sectores que diversifiquen nuestra economía. Necesitamos una reforma fiscal porque el Fondo de Reserva de la Seguridad Social ha pasado de más de 70.000 millones en 2011 a poco más de 40.000 en 2015: vivimos de los ahorros en materia de pensiones y no vamos a poder pagarlas en el futuro con salarios de 600 euros al mes y empleos crecientemente precarios.
España necesita, también en política económica, ensanchar los límites de lo posible y alcanzar mayores cotas de democracia que permitan debatir primero y aplicar después políticas que superen el dogmatismo que nos trajo al desastre y en el que hoy parecen persistir sus artífices. No vinimos a la política para que cinco millones de votos de cambio se decepcionaran a la primera (de cambio). Vinimos a ganar este país para la ciudadanía, para ensanchar la democracia poniendo sobre la mesa propuestas diferentes y para demostrar que se pueden llevar a la práctica. El PSOE ha pactado con Ciudadanos una claudicación, la que dice que es imposible gobernar con una política económica diferente a la del PP. Podemos mantiene la mano tendida, pero no para una claudicación, sino para reclamar la victoria de la gente corriente y poner las instituciones a la altura de los tiempos y al servicio de la mayoría social. Todavía podemos entendernos en el descuento pero, si el PSOE no se atreve a ser fiel a su programa, acudiremos a las elecciones con la ilusión de saber que se puede y el orgullo de quienes no se traicionan a sí mismos para ser coherentes con su proyecto y leales con su pueblo.
Ramón Espinar es portavoz del grupo parlamentario Podemos – En Comú – Compromís – En Marea en el Senado y diputado en la Asamblea de Madrid.
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