La belleza de Rossy de Palma
Dice que no ha dejado nunca de actuar, aunque ahora la actriz vive “un redescubrimiento”. Estrena filme de Almodóvar, ópera en Milán y se prepara para dirigir
Piensas en Rossy de Palma (Mallorca, 1964) y es imposible dirigir la mirada a un solo espacio. Mucha Rossy. Hay otras rossys, pero están en esta, parafraseando a Paul Eluard, tan surrealista en su poesía como en sus facetas, en esos mundos tan diversos por los que transita. Hoy cine, mañana teatro, compone una letra y le pone música, le aburre su ropa y se fabrica otra, como le enseñó su tía Pili, escribe poesía, un libreto o hace paella mientras se divierte elucubrando o compartiendo historias en sus redes sociales. Habla en el instante en el que come una ensalada.
Selecciona fotos para esta entrevista casi al tiempo que ensaya su próximo hito: el personaje de Jenny Diver en La ópera de los tres peniques, de Bertolt Brecht, puesta en escena nada más y nada menos que en el Piccolo Teatro de Milán, dirigida por Damiano Michieletto, que estrena el 19 de abril, cuando a buen seguro seguirá con la resaca de críticas positivas por su personaje de Marian, en Julieta, la última película de Pedro Almodóvar, estrenada este viernes. De “la ópera” destaca su “contemporaneidad”, a pesar de que se representó por primera vez en 1928. “Brecht fue un visionario. En un momento de la obra se pregunta: ‘Cuando vengan las masas de pobres, ¿qué hará usted?’. No puede ser más actual”. La actriz la interpreta y canta (“con esas músicas de Kurt Weill, que te enamoran y son pegadizas, pero que cuando parece que las estás atrapando se te escapan”) en italiano, una dificultad más a pesar de que lo habla bien. “Estos desafíos me ponen”, lanza.
Pregunta. También la vida se escapa a veces cuando la crees atrapada.
Respuesta. Intentar atrapar la vida es como intentarlo con el agua o la arena. Hay que trabajar el desapego, porque queremos controlarlo todo y, como dice mi madre, el tiempo de mañana es una estafa. Somos más felices cuando estamos instalados en la gratitud por lo que hay, que en el deseo de lo que no hay. Esto es filosofía taoísta, que no es dogmática, ni sectaria, ni te impone nada. Por ejemplo, siempre les digo a mis hijos que si les insulta alguien deben preguntarse qué le pasará para ser tan desagradable. Así empatizas, te das cuenta de que no es algo personal. Quien tienes delante está peleando con una guerra interna. Tengo guardada una caja de zapatillas chinas solo por lo que tiene escrito: “Conocer a los demás es sabiduría. Conocerse a sí mismo es gran sabiduría”.
P. Los hijos también ayudan, ¿verdad? [Rossy es madre de Luna y Gabriel, de 18 y 19 años respectivamente].
R. Se te va mucho el ombliguismo. Lo esencial coge tanta importancia que dices “en qué tonterías me he estado fijando”. Te quitan mucho tiempo pero te dan tanta energía vital… He aprendido a amarme a mí misma después de ser madre, porque eres consciente de lo esencial que eres para ellos. Los hijos nos enseñan más a nosotros que nosotros a ellos. Es la experiencia más bonita, respetando siempre a los que no los tienen. Creo que hubiera sido desgraciada y habría podido rozar incluso la demencia si no hubiera sido madre.
P. ¿Le ayudan a gestionar el ego?
R. Yo no he tenido problemas. A veces veo cosas de cuando era jovencita y pienso: “Qué prepotente”. El mío lo tengo en la sombra, porque con los egos en las profesiones artísticas te endiosas y pierdes la capacidad de aprender y de mamar de lo que te va a nutrir y vas a poder transformar en arte. En la parte introspectiva, el mirarte sí es muy importante para saber si te has equivocado. A veces se trata de aprender y otras, de desaprender. En la interpretación prefiero olvidarme de mí, para que el personaje aparezca. Si no haces el vacío, no hay sitio para nadie.
Terminará Rossy de Palma su ópera en Milán y volverá a España para “ser recitadora” de El sueño de una noche de verano en el Palau de les Arts, en Valencia, una sola representación el 23 de junio. Después, rodará película en Málaga. “En 2017 me gustaría hacer la gira de Resilienza d’amore [obra que estrenó en el Piccolo Teatro de Milán en 2015 y con la que estuvo cuatro días en el Teatro Español de Madrid] por España, Argentina, Francia y Alemania, volver a hacerla en Madrid y cerrarla en Italia. Además, una productora francesa quiere que dirija un largo en Cataluña. Es bonito, y sí me animaría a dirigirlo. Lo he llamado Pan con tomate, se está acabando el proceso de financiación y casting”.
P. Se habla mucho de la escasez de papeles para actrices maduras, y usted parece estar de moda.
R. Lo que tenemos que hacer es escribir más las mujeres sobre historias de mujeres. Luego, lo que me parece tremendo es que los sueldos de las actrices sean menores que los de los actores. Hay que estar unidas y ser solidarias para poder cambiar las cosas. Y no es que esté de moda, aunque para mí siempre lo estoy. He trabajado muchísimo toda mi vida. Lo que pasa es que muchas cosas las he hecho en Francia o en Italia y no se sabían en España. Ahora hay como un redescubrimiento, pero es ajeno a mí misma por lo que no me paro a pensarlo mucho. No quiero hacer un ejercicio de vanidad que me distraiga de lo importante.
Aún recuerda las representaciones del ballet de su infancia (“Viajábamos hasta Alicante desde Mallorca a examinarnos”) y su participación en el grupo musical ochentero Peor Imposible, siempre nos acordaremos y tararearemos Susurrando (“donde cada actuación era una experiencia; muchas veces, Pedro [Almodóvar] venía a vernos a los conciertos”). Y esa especie de fiesta permanente que fueron los coletazos de la movida (“no había pretensión de triunfar, sino de disfrutar y compartir”). Entre los recuerdos no cambiaría nada de lo que ha hecho. “Hay cosas de las que podría arrepentirme pero me han traído otras muy importantes. Todo es experiencia y aprendizaje. Tengo que dar las gracias a mi gran curiosidad que me conecta con la niña que he sido y sigo siendo, y que es un antídoto hasta contra la edad porque la mirada sigue siendo fresca”.
P. El teatro de Brecht ha sido un símbolo no solo del expresionismo sino del arte revolucionario. ¿Se siente revolucionaria?
R. Siempre he tenido una conciencia social muy fuerte que también viene de mi familia, mi padre era un albañil asturiano que emigró a Mallorca y luego fue maestro de obra. Hoy es un horror el éxodo al que asistimos, Occidente se ha hecho gracias a gente que ha venido de otros lugares a trabajar, por eso digo que solo creo en las fronteras gastronómicas. Aquí, quitando a Bowie, nadie ha venido de otro planeta, y nada de lo humano ni de lo terrestre me es ajeno. Y luego pienso en qué se convertirán estos niños que están viendo los dramas de sus familias, estarán inmunizados a cualquier clase de compasión.
P. El público piensa que es alegre, divertida. ¿Se equivocan?
R. Soy divertida aunque a veces no me divierta, pero el humor es un gran salvador. Cuando estás mal, sonriendo con el vientre y con la cara te sube la moral.
P. La opinión mayoritaria es que es buena persona. ¿Es así?
R. Siempre he dicho que si eres inteligente de verdad forzosamente eres bondadoso. Y tengo una lista larga de defectos.
P. Su sombra…
R. La más importante está neutralizada: la imperiosa búsqueda de alguien que sacie la necesidad de ser querido. Ahora incluso me beso a mí misma (besa sus dedos y los lleva como un gif a las mejillas). La mujer tiende a pensar que amando va a curar sus problemas, una idealización de la idea del amor que lleva a prisiones con tan malas salidas como el maltrato. No he sido autodestructiva pero he tardado 40 años en quererme a mí misma.
Jenny y Marian, dos personajes joya
Nada tienen que ver los personajes de Jenny (La ópera de los tres peniques) y de Marian (Julieta). "Jenny es una prostituta que no ha conocido otra cosa que la calle, y seguramente han abusado de ella. Le ayuda pensar en una imaginaria venganza: ¡Un día vendrá una nave y os matará a todos porque no sabéis cómo soy yo". A Marian, Rossy de Palma la describe como hosca, antipática y anclada en el pasado. Para la actriz, ambos son personajes joya. "Marian lo es no por su antipatía sino porque merece ser interpretada, pues es el espejo de muchas personas. Es maravilloso estar en una película tan bonita como Julieta, que traspasa como una flecha, contundente en su sobriedad, en su esencia, porque es muy pura y deja un poso increíble, como buen filme que es. Te hace valorar a las personas que amas, a tu madre, a tu hija; es una película muy de madre e hija", concluye.
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