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Intentando educar sin reproches

Relato sobre las 'drama-mama'. Tendencia que se da en los padres en los que "casi todo, la vida, giran en torno a sus hijos

Cecilia Jan

El viernes fue mi cumpleaños. Como regalo, mi pequeña Natalia, en plena semana de apogeo de los terribles dos, me dedicó una tarde inolvidable. La primera rabieta vino por la bolsa de gusanitos.Se los iba comiendo bien, pero cuando quedaban pocos, acudió a mí. Pensé que quería que la ayudara a sacarlos de la bolsa. Gran enfado.

- ¿Los coges tú entonces?

- No, atí no.

Yo tengo tres hijos varones. He renunciado a mi carrera profesional por dedicarles el tiempo que necesitan. Trabajo pero con un horario reducido. Estoy todo el tiempo que puedo con ellos, pero realmente si pudiera retroceder en el tiempo no volvería a tener hijos".

- ¿Te los doy yo?

- No, atí no.

- ¿Te los echo en la mano?

- No, atí no.

Llanto terrible. Es muy duro tener 21 meses y que tu madre no te comprenda. Al rato:

- ¿Te quieres columpiar?

- No.

En cuanto se sube otra niña, rabieta atroz porque se quiere montar en el columpio. Cuando al fin se queda libre, se sube. La empujo desde delante:

- No, atí no.

Desde atrás.

- No, atí no.

- ¿Tú sola?

- No, atí no.

- ¿Entonces cómo?

Rabieta atroz.

Total, que cuando el pobre David, que tiene año y medio más, se enfadó por otra cosa, le tocó pagar el pato. Agarré de la mano a los dos y para casa, en medio de llantos y pataleos en estéreo. Y entonces, en el ascensor, me salió del alma: "Hay que ver, que es mi cumpleaños, y os habéis portado fatal, me habéis dado una tarde horrible". Una frase de reproche absurda, más aún con niños tan pequeños, que me hizo vislumbrar un futuro que me había propuesto evitar a toda costa: convertirme en una madre de las que se hacen las víctimas, que reprochan a sus hijos todo lo que han hecho por ellos y los llaman desagradecidos. Aunque no es el mismo concepto, me vino a la cabeza el término "drama mamá", que da nombre a un divertidísimo blog, Cómo no ser una drama mamá, que recoge consejos maternales absurdos y exagerados y sus consecuencias en el comportamiento actual de la autora.

Mi amiga Blanca Ramírez, psicóloga y madre de dos niños, me tranquiliza. Eso que tanto temo no es algo patológico. Me explica que es una tendencia que se da más en los padres en los que "casi todo, sentimientos, emociones, vida, giran en torno a sus hijos, y por ello los hacen responsables de su felicidad". Todo padre, según me cuenta, cuando decide serlo, "decide dar más que recibir, ser altruista", porque "sabes que nunca te van a devolver lo que les das". En algunos casos, la crianza de los niños les llena, pero a muchos otros no, y por mucho que hagan los padres, los hijos no salen como ellos quieren, no cumplen todas sus expectativas.

"Para que no se sientan frustrados, necesitan hacer también cosas no sólo como padres, tienen que buscar una forma de vida que les agrade y que dependa de ellos mismos", recomienda. Para ello, se puede buscar apoyo de alguien para cuidar a los niños, algún hobby, en fin, hacer cosas que también les guste a los adultos, no sólo a los niños. También se puede, aunque se necesita que los niños ya tengan cierta comprensión (a partir de los 3-4 años), decirles abiertamente lo que quieres de ellos, ayudarles a entender lo que esperas. "En vez de reprocharles 'hay que ver qué tarde tan mala me habéis dado', les puedes decir: 'Me gustaría que estuvieras un ratito jugando solo y luego vienes', o 'no llores porque mamá se siente mal".

Ramírez subraya algo que no siempre es tan obvio, sobre todo en estos primeros años tan absorbentes: "Los padres son los auténticos responsables de su vida -no tanto de la de su hijo, porque en algún momento dejarán de serlo-, por lo que no hay que hacer a los niños responsables de su felicidad". Vamos, que no es justo hacer responsable a un niño pequeño de la felicidad de un adulto de treinta y pico o más años.

En general, las mujeres tienden más a dejar que su vida gire en torno a los hijos, porque tradicionalmente son las que se han ocupado de la crianza y muchas veces no les queda más remedio por falta de apoyo. "Estadísticamente, y por experiencia, es verdad que se encuentran más rasgos dependientes en las mujeres, más rasgos de crianza absorbente", afirma la psicóloga, "aunque va cambiando". Quizá sea casualidad, pero en un post anterior, en el que preguntaba si los hijos dan la felicidad, entre muchos comentarios que respondían que sí, que era una experiencia de amor y plenitud que compensaba todos los malos momentos, y otros que iban más en la línea expresada por Ramírez, me sorprendieron algunos, pocos, todos de mujeres, como este de María Luisa, que reconocían abiertamente que, sabiendo lo que saben hoy día, y pese a quererlos, no tendrían niños.

¿Qué consecuencias tiene centrar tu vida en los niños hasta olvidarte de ti mismo? "Hay padres y madres que dejan su vida laboral, que no salen con amigos sin los hijos, o hacen cosas de adultos. Pierden una forma de vida que les gustaba antes, algunos de buena gana, otros a regañadientes". El problema, según Ramírez, es que "pierdes la perspectiva de ti mismo, pierdes una parte de ti como persona independiente, y pierdes ese recurso para enfrentarte a los avatares de la vida". Se nota más claramente cuando los hijos crecen y dan su propio salto a la independencia.

La fase crítica es la adolescencia, cuando los hijos, como corresponde a su etapa de desarrollo y tratando de reafirmar esa independencia, atacan a los de alrededor que les imponen normas, y pueden resultar, de verdad, desagradecidos y rebeldes. "Los reproches de los padres pueden crecer, sobre todo si hasta entonces han centrado en ellos su vida", me confirma Ramírez. "Si les has impulsado independencia, esta etapa la hacen mejor; pero si se han criado de forma interdependiente, el salto a la independencia es un trauma para las dos partes, porque el hijo lo hace de forma muy brusca, mientras que para los padres se convierte en una oveja descarriada sin control". Estos últimos "no dejan volar al hijo, no le dan herramientas adecuadas, lo frenan. Y se encuentran vacíos cuando el hijo empieza a abandonarles por su grupo de iguales, por los estudios, etcétera".

Mi propósito de enmienda como madre incipiente es no caer en los reproches y el dramatismo. ¿Y a vosotros, os ha pasado alguna vez?

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Sobre la firma

Cecilia Jan
Periodista de EL PAÍS desde 2004, ahora en Planeta Futuro. Ha trabajado en Internacional, Portada, Sociedad y Edición, y escrito de literatura infantil y juvenil. Creó el blog De Mamas & De Papas (M&P) y es autora de 'Cosas que nadie te contó antes de tener hijos' (Planeta). Licenciada en Derecho y Empresariales y máster UAM/EL PAÍS.

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