Nombres
Determinar el futuro de nuestros hijos no puede dejarse al azar. Hay que elegir con cuidado

No me pregunten por qué, pero creo firmemente en que todos tenemos un destino ligado al nombre. Por ejemplo, en Cuba la gente antes se llamaba Ramón, Raúl, Carmen o Fidel y era revolucionario o cantante o enfermera. Las nuevas generaciones se llaman Julimar, Maikel, Lenin o Indira y ahora son doctores en medicina o cantantes, pero cada vez, menos revolucionarios. Y ahora habrá toda una generación de baracks, yuanaiesteis o mikyagers que habrá que ver cómo viene.
Coincidirán conmigo en que no es lo mismo ir por la vida llamándote Felipe o Bosco que Eustaquio o Satary. Los felipes, sobre todo si son sextos, tienen el futuro asegurado. Los boscos resultan ser perfectos para el capital riesgo y de satarys están los castings de Telecinco llenos. Los eustaquios, salvo en las trompas, lamentablemente se encuentran en peligro de extinción.
¿Qué futuro queremos para nuestros retoños? ¿El de una Yessi o una Gadea? ¿Agurtxane o Montserrat? Los padres de Pablo Iglesias no le pusieron Pablo por casualidad. Podían haberle puesto Julio; ese mismo año triunfaba con Me olvidé de vivir, pero no. Prefirieron al padre del socialismo a un triunfador que se había acostado con 3.000 mujeres. Destino.
Determinar el futuro de nuestros hijos no puede dejarse al azar. Hay que elegir con cuidado. Por ejemplo, que el nombre no esté asociado con terrorismo o crímenes contra la Humanidad. Descartados Adolf, Osama o Stalin. Se acepta Pol -en catalán-, pero nunca si el apellido es Pot. Que no lo lleven los hijos de los famosos. Prohibidos Apple, North West o Harper Seven. Y, por último, ojo con las combinaciones trampa. Olvídese de Maitetxu si su apellido es Mino.
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