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Tribuna
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Un estereotipo que permanece

En materia de igualdad siguen vivos los roles que se atribuyen a hombres y mujeres

Máriam Martínez-Bascuñán
Los estereotipos de género que denunció Simone de Beauvoir en 'El segundo sexo' siguen vigentes.
Los estereotipos de género que denunció Simone de Beauvoir en 'El segundo sexo' siguen vigentes.

Después de tantos años de lucha por la emancipación de las mujeres, nos encontramos con que las cosas siguen igual que cuando en 1949 Simone de Beauvoir escribió El segundo sexo. Esta conclusión se deriva del último estudio sobre identidades de género elaborado por el Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud. El hecho de que los datos disponibles hagan referencia a un universo de adolescentes y jóvenes con edades comprendidas entre los 14 y 19 años hace pensar que la situación es dramática, pues indica que en materia de igualdad no se está produciendo la renovación de valores que ilustrarían las nuevas formas de cambio social del siglo XXI y que, en relación a esto, permanecemos en el siglo XX.

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La investigación se centra en los estereotipos que giran en torno a lo que significa ser chico o ser chica a partir de las percepciones que tienen los adolescentes de sí mismos. Las cualidades específicas que se otorgan a cada género siguen reafirmando una jerarquía perfectamente clara que establece la imagen general de unos y de otros de acuerdo con roles absolutamente tradicionales. Las chicas son definidas como “sensibles y tiernas”, “preocupadas por la imagen” y “responsables y prudentes”. Mientras, a los chicos se les define como “dinámicos y activos”, “independientes” y “posesivos y celosos”.

Estamos, pues, ante los clichés que Simone de Beauvoir describió en 1949 para explicar en qué consistía la desigualdad de género. Ser chico, decía la autora, implica desarrollar una subjetividad que tome iniciativa y que cree su propia vida individualizada. A las niñas, sin embargo, se les enseña que ese universo de la autorrealización está cerrado para ellas, que el mundo de la acción no les pertenece, que deben atender sobre todo al cuidado de los otros y de su propia imagen. Mientras los chicos desarrollan una subjetividad centrada en el mundo de la acción y de la autonomía individual, las chicas van siendo encerradas en una esencia femenina que no les permite crecer como sujetos, sino como objetos al servicio de otros y de su propia imagen.

Al volver a 2015 encontramos con que los conjuntos semánticos que se asocian y definen a cada género son tremendamente expresivos y tradicionales, además de haber consenso casi total a la hora de establecer esos roles; comprensión, cuidado, imagen y sensibilidad en chicas, frente a dinamismo, independencia, autonomía, emprendedurismo y posesividad en ellos.

Simone de Beauvoir argumentó que el confinamiento de la mujer a esa feminidad definida en torno al cuidado por otros y por su propia imagen provocaba un freno en el desarrollo de otras capacidades. La escritora explicó todo esto desde la crítica a esa idea de “esencia femenina”. La palabra “feminidad”, argumentaba, no designa una misteriosa cualidad o esencia que toda mujer tiene en virtud de su ser biológico femenino, sino a una condición cultural que delimita la situación típica de ser mujer en una sociedad particular. Por eso afirmó: “No se nace mujer: se llega a serlo”.

Prevalece la comprensión, cuidado, imagen, y sensibilidad en chicas, frente a dinamismo, independencia, autonomía y posesividad en ellos

Hoy chicos y chicas siguen hablando de roles que se atribuyen “por naturaleza”. Irónicamente, la misma sociedad que fuerza en ellos esas visiones de sí mismos los evalúa después a todos de acuerdo con unos estándares “imparciales” que definen el éxito social en conformidad con capacidades como la independencia, el emprendedurismo, la toma de decisiones y la racionalidad en la que los niños han sido socializados y por tanto se sienten cómodos, pero las niñas no. Ellas deben comportarse como “chicas”, porque adscribir un rol sobre una persona es adscribirle una expectativa en función de ese rol. Por ejemplo, la división del trabajo por género actual está basada en la asunción cultural de que las mujeres son más aptas para el trabajo doméstico y de cuidado. Esto provoca disparidades como la que señalaba el último informe de la OCDE, según el cual las mujeres de 25 a 34 años obtienen más títulos universitarios que los hombres, pero su nivel de empleo es más bajo porque muchas de ellas “se ven obligadas a asumir el rol tradicional de cuidadoras”.

Chicos y chicas son conscientes de esta discriminación. Sin embargo, esta percepción de que existe desigualdad no afecta a sus comportamientos ni a las bases de la comprensión del problema. Tal vez porque desde el ámbito social e institucional se ha trabajado un discurso superficial políticamente correcto que se ha incorporado acríticamente sin tratar en profundidad qué es lo que hace que esa desigualdad perviva.

Máriam Martínez-Bascuñán es profesora de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.

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