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El chismorreo erudito

Elsa Fernández-Santos
Las suicidas Sylvia Plath y Assia Wevill compartieron trágico destino y también marido, Ted Hughes, el laureado poeta amante de la naturaleza, la pesca y la tiranía doméstica.
Las suicidas Sylvia Plath y Assia Wevill compartieron trágico destino y también marido, Ted Hughes, el laureado poeta amante de la naturaleza, la pesca y la tiranía doméstica.

Los grandes periodistas tienen comportamientos obsesivos y, de alguna forma, todos son rehenes de sus mejores historias. Pertenezco a esa legión que idolatra a Janet Malcolm. Aunque reconozco que a estas alturas me irrita leer todo lo que se escribe sobre esta respetable veterana de The New Yorker; circulan demasiados lugares comunes sobre su libro más conocido, El periodista y el asesino, y su célebre arranque. Malcolm acaba de publicar en The New York Review of Books un demoledor artículo sobre la última biografía publicada sobre el poeta Ted Hughes (Yorkshire, 1930-Londres, 1998) y, pese al riesgo de irritarles a ustedes y a mí misma, no puedo evitar descubrirme ante su deslumbrante maestría.

Hughes, el poeta laureado, y su primera mujer, Sylvia Plath, la poeta suicida, fueron a principios de los años noventa objeto de uno de los mejores libros –originalmente un largo reportaje escrito para The New Yorker– de la periodista estadounidense. El ensayo, titulado La mujer en silencio, era novedoso porque ponía el foco en la figura de Hughes. El poeta sísmico, el tipo que, como un héroe de las hermanas Brönte, era tan guapo como asilvestrado, intenso y hosco, dejaba de ser la caricatura, cultivada por gran parte de los estudios anteriores, del sátiro cuyas infidelidades abrieron la espita del horno de gas que se llevó por delante la vida de la desgraciada poeta.

Ted Hughes, el poeta sísmico, el tipo que, como un héroe de las hermanas Brönte, era tan guapo como asilvestrado, intenso y hosco

La paradoja para Malcolm residía en que desde aquel fatídico 11 de febrero de 1963, el único silencio real era el de Hughes y no el de Plath, pues ella hablaba sin parar por boca de biógrafos, profesoras feministas, estudiosos o periodistas. Por su sabiduría, por sus dudas, por sus preguntas, por sus errores, por sus debilidades, el ensayo de Malcolm debería ser una referencia para todo aquel que inicie una investigación biográfica sobre un personaje público.

Ted Hughes: The unauthorised life, de Jonathan Bates, es la última incursión en este enigma. Bates, con el salvoconducto de profesor de Oxford especializado en Shakespeare, tuvo un acceso hasta ahora inédito a la documentación del poeta, pero el acuerdo se rompió cuando los herederos detectaron que la biografía inclinaba la balanza por el lado de la intimidad. Bates colorea su libro con anécdotas simpáticas, como el entusiasmo con el que el poeta de la naturaleza aprovechaba su título de poeta laureado para practicar alta pesca invitado por la familia real inglesa, pero vuelve a la carga con lo de siempre.

Por si hasta la fecha fuera poca la orgía, incluye detalles imposibles de comprobar (entre ellos, la de un episodio sexual entre Plath y su amigo Al Álvarez, crítico, ensayista y también poeta, poco antes del suicidio de ella, que Álvarez niega en su autobiografía), se regodea en un pasaje de sexo demasiado violento entre Hughes y su segunda mujer, la también suicida Assia Wevill, o describe supuestos nuevos escarceos con mujeres de una sola noche, o de dos, todas desmayadas ante ese aura vampírica, el temperamento sexual que le hacía tan tentador.

Alguien dijo que Janet Malcolm era a los embustes literarios lo que Carl Bernstein y Bob Woodward al caso Watergate. Apasionada y obsesiva, su eterna cruzada es recordar que el deber profundo del biógrafo no es satisfacer la curiosidad del lector sino, muy al contrario, ponerle límites. Según sus mandamientos, sólo se invocará la vida si sirve para iluminar la obra.

Hughes, por la fascinación que aún despierta y de la que no se libró ni con la edad ni con la muerte, representa como ningún otro la debilidad del género: su condición de definitivo chismorreo erudito.

Este artículo está publicado en el número de marzo de 2016 de ICON.

 

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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