Omaira, gitana flamenca de Medellín
Omaira, vecina de Medellín, pasó dos años trabajando como asistenta de hogar en España. / Lola Hierro
Migrados está en Colombia. Aquí, en Medellín, hemos encontrado a una mujer con una historia que contar. Ella se llama Omaira y fue migrante en Andalucía, donde todo el mundo la llamaba Amelia y donde se ganó la vida hasta que pudo volver a casa con su misión cumplida. "Gracias a diosito y a España mi vida va ahora muy bien", dice.
"Yo fui a trabajar a Andalucía, pero hace muchos años, cuando aún no había euros". Omaira ni siquiera recuerda ya en qué provincia vivió. Aunque su memoria le juega malas pasadas, sólo tiene buenas palabras hacia una tierra en la que se sintió acogida y donde pudo prosperar económicamente. Muestra ese cariño enumerando algunos lugares del sur que le dejaron muy buen sabor de boca en su día: "Conocí Sevilla, las Alpujarras, Sierra Nevada, Granada... Qué lindo era aquello". Es fácil encontrarla sentada en un banco de San Javier, barrio colgado de la montaña en la comuna 13 de Medellín, una zona antaño sacudida por la violencia y la criminalidad más despiadadas y hoy remanso de paz. Omaira llama la atención por su atuendo, que desde lejos le hace asemejarse a una gitana flamenca de la Andalucía más tradicional. Camiseta roja muy viva y falda también bermeja, blanca y negra estampada con enormes flores; llamativos aros colorados que cuelgan de las orejas, un par de medallones de oro con imagen de la Virgen María incluida; moño en lo alto, bien engominado y amarrado con suerte de flor artificial blanca, como un clavel.
Como tantas otras mujeres latinoamericanas, Omaira cogió un buen día del año 2000 la maleta y se embarcó sola en una aventura con destino a España. El objetivo: trabajar para ganar dinero, ahorrarlo y, con suerte, volver algún día a casa con una situación económica saneada. "Nunca me faltó trabajo, pero me deslomé", asegura. "Limpiaba en varias casas y comía bien poquito para ahorrar lo máximo. Cuando salí de viaje pesaba 80 kilos y me volví apenas con 50". Nada queda de esa Omaira menuda que debió llegar a Medellín en 2002, mucho antes de que la crisis económica frustrara los sueños de españoles y extranjeros. "Ahora me engordé mucho", reconoce la mujer, que ríe cuando se le hace ver que la orondez es síntoma de una vida próspera.
A esta paisa oriunda de la Comuna 13 le salió bien la jugada, pues al cabo de dos años en Andalucía ya había reunido ahorros suficiente como para comprar una vivenda para ella y los suyos. "Mi hijo me guardaba el dinero que yo enviaba desde Europa. Cuando llegué a Medellín, buscamos un piso". Tuvo suerte también a la hora de encontrar el inmueble, "una ganga", asegura. Ella admite que en España vivía bastante desconectada de todo lo que ocurría en Colombia y, por eso, cuando llegó a casa, le pilló desprevenida la famosa Operación Orión, un operativo del Ejército y la policía impulsado por el ex presidente Álvaro Uribe para desterrar a la guerrilla y a los delincuentes que campaban a sus anchas en la Comuna. "No se podía entrar en el barrio, ni siquiera la policía, estaban armados hasta con ametralladoras. Entonces empezaron a llegar tanquetas y helicópteros blackhawk del Ejército que disparaban indiscriminadamente desde arriba, daba igual que fueras un pelao o un vecino inocente. Yo he visto de todo acá...", narra la mujer, que no daba crédito a lo que encontró en su barrio en aquel 2002. Las crónicas de entonces cuentan que murieron cuatro agentes, seis guerrilleros y seis vecinos. A ella se le hacen pocos.
¿Y cómo le benefició a Omaira está situación tan peligrosa? Todo el mundo se quería marchar de acá por entonces, algunos por miedo, otros porque estaban siendo buscados por la autoridad, por el narco, o por ambos. "Yo compré a muy buen precio a un señor que tenía mucha prisa por irse porque le buscaba la policía, andaba metido en el narcotráfico".
Omaira relata su periplo español junto a su casa, la que ha pagado con tantas horas de trabajo doméstico. En medio de un barrio tradicionalmente precario y de vivendas apretujadas y muy humildes, la de Omaira destaca como una flor en medio de un páramo. De dos plantas alargadas, pintada por la parte alta de azul intenso y por la baja de rojo y blanco. Parte de ella ha sido ocupada por la vivienda familiar, y luce un porche que da buena sombra en esta ciudad tan calurosa, cuadros colgados de la pared blanca y plantas exuberantes que traspasan el enrejado. Dos periquitos completan el conjunto. Parece que se hubiera traido el estilo de los patios andaluces hasta este rincón colombiano. La otra mitad es para un comercio que hoy es el sostén familiar. En él vende chucherías, ropa de hombre y mujer, complementos de belleza y algo de bisutería abalorios. "Pero tengo de todo", advierte.
Ha pasado 14 años Omaira cuidando, mejorando y disfrutando de su hogar en San Javier. Y ha sido testigo de la transformación del barrio, de la reducción de la violencia, de las intervenciones urbanísticas como las escaleras mecánicas que facilitan a los vecinos subir hasta lo alto de la montaña sin cansarse y, sobre todo, de los nuevos tiempos de paz que le permiten sentarse en un banco de su barrio sin más preocupación que comadrear con las vecinas o hacer recuento de los turistas que pasan por delante de su casa admirando los preciosos grafitis —son verdaderas obras artísticas— que adornan hoy el barrio. Pero este tiempo ya se ha acabado. Omaira, que no desvela su edad, sí confiesa que le ha llegado el tiempo de descansar y dejar que cuiden de ella. "Me voy a vivir a Santiago de Chile con mi hijo, que se casó y vive allá con su esposa. Él trabaja en una tienda de muebles", asegura con orgullo. Desde que tomó la decisión, un cartel naranja con un rótulo que rezaa "se vende" seguido de un número de teléfono cuelga de su balcón. Omaira emigra otra vez. Pero esta, no será para trabajar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.