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La paradoja y el estilo
Columna
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Serendipia

Y la corrupción, ¿podría ser otra serendipia? ¿Sucede por casualidad o la descubrimos casualmente?

Boris Izaguirre
Félix de Azúa y, a Ia derecha, Mario Vargas Llosa, en la Academia de la Lengua el pasado domingo. 
Félix de Azúa y, a Ia derecha, Mario Vargas Llosa, en la Academia de la Lengua el pasado domingo. Kiko Huesca

Félix de Azúa acaba de incorporarse a la Real Academia de la Lengua, ocupando el sillón H. Azúa, que es uno de mis intelectuales favoritos, eligió para su discurso de ingreso el tema de los neologismos, esas palabras que maravillosamente se instalan en otro idioma sin permiso, como toilette, que siendo tan francesa se emplea en todas las lenguas. Azúa se centró mucho en el neologismo serendipia, que la última edición del Diccionario de la R.A.E define como “hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual”. Y enfatizó que el descubrimiento de América fue una serendipia. De inmediato pensé que el amor, también.

Y la corrupción, ¿podría ser otra serendipia? ¿Sucede por casualidad o la descubrimos casualmente? Creo que a raíz de la conversación grabada entre María José Alcón, exconcejala de Cultura del Ayuntamiento de Valencia, y su hijo, Vicente Burgos Alcón, la corrupción ha entrado en los hogares y, sobre todo, en ese sagrado nicho que es la relación entre madre e hijo. Los hombres en la cultura latina lo que más respetamos es a una madre. Eso lo sabe María José Alcón. Por eso, cuando escuchamos la conversación, se nos encoje el corazón porque una madre le está explicando a su hijo la praxis de una corrupción. Está reconociendo que la corrupción ha entrado en su casa, a través de ella. Una madre corrupta es un personaje tabú, pero María José lo ha asumido, lo ha hablado con su hijo y, sin quererlo, nos lo ha explicado a todos. Otra serendipia.

María José Alcón va camino de ser una Rosa Parks, esa mujer afroamericana que inició la lucha por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, ella esta vez en contra de la corrupción. Explicándole con ese dulce acento valenciano a su hijo cómo se lava el dinero negro casi como si le estuviera enseñando a lavar la ropa en una lavadora nueva, que es otra cosa que los hombres generalmente aprendemos de nuestras madres.

Vivimos boquiabiertos el conflicto de atribuciones entre el Congreso y el Gobierno en funciones. Y celebramos que Kiko Rivera se comprometa con su nueva novia durante el bautizo de su nueva hija. Y que los Reyes fueran a cenar, relajadamente, a un restaurante cerca de los Montes del Pardo que a lo mejor se llama Casa Yogui. Y que reaparezca María José Suárez, miss España 1996, anunciando que se ha enamorado de nuevo. Dan ganas de abrazarlos a todos, por fin buenas noticias: ¡Hay amor!

María José Suárez se aferra a ese amor igual que Rita Barberá se aferra a su escaño en el Senado. La modelo tiene más mérito porque ni ella ni el amor están aforados. Atraviesa esta aventura desprotegida, sin escudo, pero ilusionada, mientras que Rita día a día se convierte en una aplastante desilusión. Pero tenemos que mirarlo todo desde la perspectiva brillante, como cantaba Monty Python. La exalcaldesa, presionada por la conversación entre la exconcejala y su hijo, respondió algo, con una breve rueda de prensa en la sede regional de su partido. Pero introdujo cambios en su vestuario. Los bolsos han sido sustituidos por pañuelos y ruidosos abalorios que lo decían todo, destacando un collar de perlas gruesas y tan blancas que parecían recién lavadas. Imponente y teatral en su soledad, Rita parecía Mao Tse-Tung en sus últimos días, un Gran Timonel avanzando orondo hacia la nada. Viéndola pensé cómo sería Rita si hubiera tenido una familia en vez de votantes y asistentes. ¿Habría considerado tener una conversación como la de María José con su hijo Vicente? Porque en las telenovelas una madre, por más ambiciosa y exitosa que sea, siempre tiene ese momento en que protege a sus hijos antes que a sí misma.

En inglés, serendipity también es la heladería favorita de Jackie Kennedy en Nueva York, a la que llevaba a sus hijos cada domingo. A veces toda la semana es una serendipia. O quizás la clave del éxito y la felicidad sea vivirla así. Ayer, en un jardín escondido en pleno Miami, Ricardo Bofill recibió un homenaje mientras presentaba un edificio residencial que ha diseñado. Impecablemente vestido, hacía bromas con que había elegido un aspecto de Padrino, “que te sienta mejor en Miami”. Se jactó de su soltería y describió la arquitectura como una medicina que puede ser tomada por sanos y enfermos, “que no puede tener miedo a asociarse a lo comercial para seguir siendo social”. Su hijo Ricardo, plenamente incorporado al negocio familiar, traducía las palabras de su padre y, como una serendipia, volví a pensar en María José y su hijo Vicente y en María José Suárez, para concluir que la familia y el amor muchas veces son una salvación y casi siempre una casualidad.

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