Miau
“Parece mentira, usted que debe impresionar a los hombres con su aplomo, resulta que es una mujer de lo más insegura”. Ironía sin graduar. Me reí con ganas
Desde que despedí a mi indeciso amante, en el mundo no hay color. Lo veo todo en blanco y negro. Me acecha el tedio vital y la nostalgia de sus besos. ¡Qué puedo hacer! Ando cabizbaja, confusa, desorientada. Mi camino está borroso. Lo cierto es que necesito unas gafas graduadas nuevas. Las mías están tan deterioradas que les cuelga la varilla. Les he sido fiel durante años, pero ya parezco desaliñada. En la pequeña óptica del barrio, he visto una montura felina de pasta negra, pero dudo y dudo. Me las he probado tantas veces que me he hecho amiga del propietario. Es un señor menudo, estiloso y paciente; tras sus lentes de pasta azul, parece haber visto pasar unas cuantas. El otro día me suelta: “Parece mentira, usted que debe impresionar a los hombres con su aplomo, resulta que es una mujer de lo más insegura”. Ironía sin graduar. Me reí con ganas.
Conciliador, me sugiere un modelo de gata en tonos rosados. Brota la flor vulnerable que mi amante conoce y en mí resuena La vie en rose, la canción de Edith Piaf que a los 17 años bailaba en versión disco de Grace Jones, girando sobre mí misma, conjurando una felicidad que nunca llega. ¡Qué difícil es aceptar un final! Ante mi súbita expresión de desamparo, surgen unas gafas de sol: puro rock & roll, felinas, negras, con strass en las puntas; perfectas para el papel de fiera divina. Pero, ¿para qué querré lentes oscuras si el sol se apaga cuando él no está? Sin blanca y desanimada, quisiera creer que con ellas recuperaré mis ímpetus salvajes. La magia del complemento, dicen los anuncios. Y yo fetichizando lentes. El avispado comerciante no acepta negociaciones, dos por una, alegando que ambas, las graduadas y las de sol, tienen diseños atemporales. Seguro. Las luciré cuando me entreviste un medio de comunicación megacool a los 90 años y cada uno de estos malditos días. Me voy pensando en volver.
Inauguraré una nueva etapa vital estrenando: nueva ciudad, nuevos amores, nuevas gafas. Regreso a la óptica. Con arrojo y osadía, escudándome tras esta columna y #nomeinventonada, rasco tarjeta de crédito y me compro las dos. Sobredosis de glamur. Adiós mediocridad. Salgo a la calle hecha una auténtica fiera, una rutilante e irresistible descendiente de Sekhmet, la diosa leona, persuadida de que, si yo supe convertir mi desmayo en misterio, él convertirá su vacilación en coraje. ¡No tengo remedio!
@patriciasoley
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.