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Columna
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Una vez más y se acabó

Un líder político debe intentar la investidura ya o estamos abocados a unas elecciones

Soledad Gallego-Díaz

No hay nadie medianamente informado que no sepa que los españoles nos encontramos en un momento delicado, en el que hay que afrontar problemas que afectan a la convivencia entre nosotros mismos y entre los europeos. Son problemas que no se pueden resolver con el mismo pensamiento con el que se crearon. Precisan nuevos enfoques y debates. Nadie puede esperar soluciones inmediatas. Pero sí se puede exigir que se desatasquen los mecanismos que llevan a ese nuevo debate, a través del cual asome la “perspectiva adecuada de los problemas” de la que hablaba Étienne Davignon.

El primer mecanismo que tiene que ser desatascado en España es la elección de un nuevo presidente del Gobierno y si eso no es posible, la convocatoria de nuevas elecciones. La imprevisión de la Constitución ha añadido dificultad al proceso, pero aun así este martes la duda debe quedar despejada. Mariano Rajoy puede reiterar que no está en condiciones de aceptar la investidura, en cuyo caso la oferta pasaría a Pedro Sánchez, que ya ha anunciado su compromiso. O puede rectificar, sabiendo que tiene garantizado el fracaso, pero poniendo en marcha el plazo de convocatoria de unas nuevas elecciones.

Lo que es inconcebible es lo que quiere Mariano Rajoy: llegar a unas nuevas elecciones sin haber tenido que someterse a la investidura ni haber permitido a Sánchez intentar llegar a un pacto de izquierda. Ahora, o se arriesga a que el dirigente socialista consiga ese difícil acuerdo, o bien escenifica su propia y total derrota en el Congreso.

Si Sánchez asume el encargo, el PSOE debería pensarse muy bien qué hace, porque no hay nada peor que un partido que da la impresión de que no quiere gobernar y que prefiere dejar el campo libre a su oponente. Y ese es exactamente el espectáculo que han dado Susana Díaz y varios de sus colegas. En lugar de colocarse al lado de su candidato y de anunciar que le proporcionarían el apoyo y asesoramiento necesarios en la difícil negociación a la que iba a hacer frente, se lanzaron a una desagradable operación de crítica, que solo ha servido para debilitar a un PSOE que parece más interesado en el congreso de Ferraz que en el de los Diputados.

No es cierto que no existan posibilidades reales de llegar a un Gobierno de progreso y reforma (como lo califica Sánchez). Más aún, existen varias maneras y combinaciones para llegar a él. El problema no son negociaciones difíciles y prolongadas (entre el encargo y la investidura pueden pasar perfectamente dos meses, como ocurrió en 1996), a tres bandas. El único problema real es si existe o no la voluntad política de llegar a ese punto. Si los dirigentes de Podemos, de Ciudadanos y del PSOE quieren que exista ese Gobierno, capaz de abrir una nueva manera de gobernar y de influir en Europa. (Se agradece que Sánchez aludiera a la posición de España en el problema de los refugiados). Esa es la única pregunta que hay que responder y para eso no hacen falta muchos días.

Lo razonable es que el mecanismo español se desatasque este martes, con la segunda ronda de consultas del Rey

Tampoco es cierto que un Gobierno de esas características provoque una mayor división en el país. La política de enfrentamiento sistemático, la táctica de trasladar a las instituciones el coste de los errores y peligros que supone esa actitud, es la que ha desarrollado Rajoy durante cuatro años y sería una locura darle continuidad, cambiando solo las apariencias. Es Rajoy quien quiere dar la impresión de que el PP esta arrinconado. Pero no es el PP, es él mismo.

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