El cambio imposible
Se puede hasta cambiar de todo, hasta de sexo, pero jamás de equipo
Hace dos años publicaba The New York Times un estudio realizado a través del método más científico que existe, Facebook. En él, se demostraba que los hombres con desarraigo geográfico-deportivo tendemos a elegir equipo entre los que ganan cuando tenemos entre 8 y 12 años. Tras leerlo, me serví del segundo método más científico que existe, la Wikipedia, para ver si podía aplicárseme la conclusión. El resultado fue aterrador. Todos mis equipos habían ganado algo en ese periodo de tiempo. La Real Sociedad, su primera liga cuando yo tenía 9 años. Independiente De Avellaneda, la Copa Libertadores y la Intercontinental cuando yo contaba con 12. 9 y 10 tenía cuando el Tottenham ganó dos FA Cup seguidas, y 12 en el momento en el que levantó la Copa de la UEFA. A mis 11 años, los Philadelphia 76ers ganaban el anillo de campeón de la NBA. No me sentía tan identificado con una conclusión desde que vi el coche que Homer Simpson le diseñaba a su hermano rico.
Este año, me gustaría dejar de seguir a dos de estos equipos. Como recuerda un amigo que también padece ser de la Real, existen terapias (y potentes fármacos) para dejar de fumar, superar una ruptura sentimental, o la muerte de un ser querido, pero no han dado con nada que te ayude a cambiar de equipo, que es lo más urgente cuando te meten cinco en Gijón. Y esto me hace recordar la historia de aquel chico inglés que se cambió de sexo y, al volver —ya mujer— a casa, lo único que le preguntó su padre fue: “Seguirás siendo fan del Norwich, ¿no?”. “Claro”, respondió ella. Se puede hasta cambiar de todo, hasta de sexo, pero jamás de equipo.
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