Por qué Arda Turan es un 'crack' fuera del campo
Da igual que no hayas visto un partido en tu vida, el centrocampista turco puede (y debe) ser tu ídolo
Tras hacer una encuesta improvisada a varios conocidos sobre cuál es su futbolista favorito incluyendo su figura fuera de los terrenos de juego, surgen tres nombres. El primero es Neymar, porque es el crack del momento, el que siempre da espectáculo… y más puntos en el Comunio. Una auténtica estrella de las redes sociales y la publicidad, el brasileño apunta a sucesor de Messi en el trono mundial. El argentino sería el segundo, precisamente por eso, porque es el número uno. Y el tercero sería Iniesta, el que gusta a los clásicos que no soportan el prototipo de futbolista moderno, post-producido a base de ropa cara, peluquería y tatuajes. Pero hay un jugador (sí, también es del Barça) que tiene un poco de los tres anteriores. Con el balón es un mago, y fuera del césped mezcla modernidad y elegancia sin necesidad de tinta en la piel o joyas sobre ella. Además tiene ese halo glamuroso que le permite ocupar tanto portadas de revistas de moda masculina como páginas en el diario AS. Para colmo, reúne todas esas cualidades de un modo discreto, siendo por tanto una opción menos obvia, y ese toque alternativo/underground siempre suma puntos. Es Arda Turan, que esta noche tendrá sus primeros minutos (su entrenador lo confirmó ayer) vestido de azulgrana después de medio año fuera de juego por la sanción que la FIFA impuso al FC Barcelona. Vuelve el turco, un futbolista diferente. Veamos por qué.
En el Atleti, Arda Turan pasó de ser un fichaje exótico con talento a una estrella mundial. Bajo las órdenes del Cholo no sólo se ganó a la afición con regates imposibles, sino que la enamoró con goles decisivos ante equipos como Chelsea, Juventus o el eterno rival, el Real Madrid. En la etapa más exitosa del club rojiblanco, Arda fue el poeta en un equipo castrense. Sus lágrimas el día que se lesionó (precisamente en el Camp Nou) en vísperas de jugar la final de la Champions fueron las de todos los atléticos. Tras caer derrotados en Lisboa ante el Madrid, la frase “con Arda esto no hubiese pasado” era un clamor entre la hinchada deprimida. En aquellos meses se forjó el término ardaturanismo, hashtag usado hasta la saciedad en Twitter, resultado de “mezclar la ética y la estética únicas del turco”. Como se lee en su biografía, ‘su encanto reside en que traslada al espectador a ese fútbol de los años ochenta que se jugaba en los barrios’. Pero sin tosquedad, con clase, y con un aspecto vintage sin resultar pasado de moda, sino actualizado con sofisticación. Su buen talante en el campo, con una sonrisa permanente, o el hecho de descubrir que pagaba la luz y el agua de todo el bloque de viviendas del barrio de Estambul donde se crió terminaron de enamorar a todo el mundo.
Hay más ingredientes. Lo enigmático e inclasificable de su personalidad, por ejemplo. Al no hablar ni papa de español, Arda nunca fue un suplicio con cientos de declaraciones del tipo “el fútbol es así” o “los árbitros son personas y pueden equivocarse”. No se sabe si es tan básico en sus reflexiones como la mayoría de sus compañeros, pero no parece necesario comprobarlo. Luego están su estilo y vida privada. Nada de gorras gigantes de visera plana y ni hablar de cejas depiladas. Tampoco abdominales esculpidos a cincel. Los peinados imposibles con mechitas son el anti Arda, como bailar reggaetón en fiestas de tronío y tronismo. Arda es barba y gafas redondas John Lennon. Hipster pero sin pasarse. De melena rizada a lo Maradona a pelo casi rapado, y ropa informal con un toque deportivo y moderno pero sin seguir la tendencia al extremo. Sabe llevar un traje y un esmoquin sin perder la pinta de futbolista clásico. Arda no va de lo que no es, y como buena estrella del balón, le apasionan los cochazos, aunque cada vez menos, y en una entrevista a EL PAIS hace un par de años reconoció que ya no piensa tanto en esos caprichos y más en su familia.
Es innegable que tiene algo, puede ser autenticidad, humildad o simplemente exotismo, ser peculiar, pero el caso es que transmite buen rollo y cae bien. Regatea como Neymar pero sus víctimas no se cabrean con él como con el brasileño. Pero estuvo a punto de tirar por tierra su imagen el día que perdió los nervios precisamente ante el Barça. Lo hizo lanzando una bota a un linier. Un gesto que dio la vuelta al mundo, aunque no le costó caro porque no impactó en su objetivo. Por su originalidad y trasfondo en cierto modo salió indemne. Arrojar un zapato en la cultura musulmana es uno de los mayores gestos de desprecio al ser considerados los pies impuros, pero aquí se convirtió en una fuente de memes. Cuando días después sus amigos le regalaron para su cumpleaños una tarta decorada con una bota y él posó junto a ella en Instagram, el incidente quedó resuelto. Parece que Arda es capaz hasta de desquiciarse con estilo. Su salida del Atlético ha sido otra de sus sombras. No por marcharse, sino por besar y tocar varias veces el escudo del Barça en su presentación. Muchos lo vieron como algo imperdonable. Para otros, Arda se partió la cara por el Atleti el tiempo que defendió su camiseta, pero nunca fue un jugador de la casa. Además, es entendible que el estilo de juego del Barça, menos físico y más de tener la pelota, se ajuste mejor a sus cualidades.
En su perfil de Instagram se comprueba que lo que transmite es lo que es. Discreción en tiempos de extravagancia, madurez entre demasiado niñato, y elegancia entre horteradas. Ha terminado 2015 ocupando la portada de GQ Turquía como hombre del año. Empieza éste con el reto de hacerse un sitio en un equipo saturado de superestrellas. Pero ninguna es como él. Porque sea o no el que más mola, el caso es que Arda es distinto. Y eso mola mucho, casi tanto como volver a disfrutar de su genio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.