El año que se va
El nuevo morbo político informativo explota la incertidumbre sobre el próximo gobierno como una maldición y no como un reto
Aunque quedan pocas horas para acabar el curso político más trepidante de las últimas tres décadas, existe la sensación de que el verdadero fin de año se produjo días atrás, cuando las urnas confirmaron el final de un ciclo político que las encuestas de opinión habían anunciado durante meses. Las elecciones generales representaron la culminación electoral de una crisis de representación política que estalló en el 2011, dio lugar a un aumento espectacular de ciudadanos sin acomodo en la oferta política tradicional y creó la oportunidad para la irrupción de nuevas formaciones en el mapa parlamentario autonómico y nacional. Con todos estos cambios, el año electoral ha acabado eclipsando al año natural, por lo que todo lo que políticamente significó el 2015 terminó el 20-D. Lo que ha venido después es un anticipo de lo que será la política durante 2016.
El adelanto del próximo curso político no ha sido muy alentador. Las reacciones de algunos partidos y medios de comunicación tras los resultados electorales han mostrado una precipitación de principiante. Sin menoscabo de la complicada aritmética parlamentaria que existe para la formación de gobierno, el planteamiento inmediato de elecciones anticipadas solo contribuye a fomentar una profecía autocumplida sobre la inestabilidad inherente al nuevo sistema de partidos. El nuevo morbo político informativo vive a costa de explotar la incertidumbre sobre el próximo gobierno como una maldición y no como un reto consustancial a un escenario parlamentario donde existen más formaciones.
El rodaje del sistema de partidos surgido tras el 20-D requiere de cierta adaptación por parte de votantes, partidos y medios de comunicación. Todos deben acomodar sus expectativas e impaciencia a un tiempo que casa mal con la inmediatez o con la política de máximos. Las formaciones deben negociar ahora internamente, entre ellas y también dar explicaciones a sus militantes y votantes sobre cuáles son las renuncias que están dispuestos a realizar en aras de un acuerdo. Aunque la negociación fracasara y se convocaran nuevas elecciones, ese diálogo tiene un valor en sí mismo y debe producirse porque forma parte de los engranajes sobre los que se sostiene un sistema de partidos más fragmentado.
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