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MIRADOR
Columna
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Dos sucesos

Más allá del debate sobre el control de armas, EE UU tendría que plantearse una reflexión sobre la soledad y el rencor

David Trueba

Dos sucesos de curiosa similitud terminaron por desencadenar reacciones opuestas. Conviene detenerse a analizar el efecto, porque tiene mucho que ver con la percepción ciudadana y la versión narrativa de los medios de comunicación. Un hombre asesinó a tres profesionales en una clínica de planificación familiar en Colorado Springs, en lo que se consideró un ataque más contra la ley del aborto, asunto que calienta campañas electorales y se pervierte en los discursos más radicales. Unos días después, un matrimonio musulmán regresaba a la fiesta de Navidad en su empresa y asesinaba a tiros a 14 compañeros en la localidad californiana de San Bernardino. Según las investigaciones, la pareja se había radicalizado en los últimos años y poseía en su hogar un arsenal de proporciones considerables que había costeado con un crédito bancario y la ayuda de un vecino.

Lejos de agilizar los trámites para tratar de racionalizar la venta de armas en un país que vive desde hace años una desbocada proporción de crímenes domésticos, el tratamiento de ambos asuntos fue muy distinto. El tiroteo en la clínica se trató como la obra de un lobo solitario, probablemente perturbado. Pero la segunda matanza podía asimilarse con el terrorismo islamista y le sirvió al precandidato republicano Donald Trump para soltar otra de sus soflamas populistas de éxito, proponiendo la expulsión de los musulmanes del país, como si tal cosa pudiera realizarse con una batida de su flequillo. La ignorancia nunca ha restado votos en la campaña electoral, pero cuando sumerge al país en un conflicto internacional debería disparar las alarmas y hacer pensar sobre lo barato que sale animar las primarias de los partidos desde la irracionalidad y la peor vertiente de la política espectáculo. Trump es muy posible que quede en un suspiro olvidado, pero como antes otros espontáneos radicales, condiciona el discurso de la derecha moderada.

Lo curioso es cómo la actuación de los perturbados no merece igual trato. El origen de la violencia en ambos casos tiene relación con los valores fundamentalistas que en personas marginadas alimentan un encono visceral, pero solo una de ellas se vende como amenaza real para la convivencia. Más allá incluso del debate sobre el control de armas, EE UU tendría que plantearse una reflexión sobre la soledad, el rencor y la mala atención psicológica que reciben sus ciudadanos. Aislados y radicalizados, el acceso a las armas es solo un escalón más en el fracaso convivencial. Las conclusiones políticas han sido todas equivocadas, y por eso el crimen se repetirá de manera tan constante como viene sucediendo en las últimas décadas.

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