Veintiuna
Los candidatos han ignorado esas provincias que ocupan la cara oculta de este satélite llamado España
Escribo este artículo la víspera de las elecciones, así que ignoro sus resultados de la misma forma que usted, lector, desconoce hoy los de la lotería que se sorteará mañana. Así que mal puedo dar mi opinión sobre los primeros como ahora estarán haciendo todos los comentaristas de radio y de televisión de España (y millones de personas en los bares y en sus centros de trabajo), y lo mismo me ocurre con los de la lotería, pues carezco de dotes adivinatorias.
Hay un dato, sin embargo, que destacaba en portada EL PAÍS la antevíspera de las elecciones sobre el que sí puedo opinar, pues es anterior a ellas y para mí uno de los más significativos de la campaña electoral pese a que me temo pasará inadvertido entre el alud de cifras y comentarios que sin duda llenarán la vida de este país durante semanas, y es ese mapa de las provincias españolas que no han recibido una sola visita de los candidatos a presidirlas los próximos cuatro años junto con las que sí han merecido su atención, a veces por partida doble y triple. Las olvidadas son veintiuna y, salvo cuatro o cinco, coinciden exactamente con las menos habitadas y más pobres y geográficamente se sitúan en el interior del país y en las autonomías con menos peso político; esto es, se trata de esas provincias que ocupan la cara oculta de este satélite llamado España, entre ellas algunas que, como Teruel o Soria (Zamora se libró esta vez del olvido por tener en ella sus raíces familiares Pablo Iglesias, el candidato de Podemos), han tenido que manifestarse diciendo que también existen para que les hagan caso. Se justificará diciendo, como siempre se hace desde las instituciones políticas, que es imposible que los candidatos visiten en quince días las cincuenta provincias españolas, pero ya es casualidad que sean siempre las mismas las que olvidan en sus recorridos. Aunque eso no es lo peor. Lo peor para esas provincias no es que los candidatos políticos se olviden siempre de ellas, sino que los gobiernos hagan lo propio a la hora de los presupuestos.
Que hay dos Españas, una creciente y otra menguante, a nadie se le escapa ya (basta mirar el mapa de las infraestructuras, de las inversiones públicas, de la distribución de la riqueza y la pobreza, del crecimiento económico y demográfico y sus caras opuestas, para advertir que eso es así y que va en aumento), pero escandaliza un poco la falta de disimulo con la que los políticos lo manifiestan. Si esa discriminación la hacen en la campaña electoral, cuando todos se muestran justos y equitativos, qué no harán cuando gobiernen.
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