Compro, vendo
En las islas británicas, además de por el té, la puntualidad y la reina, sienten pasión por las subastas
Debe ser cosa intrínseca de Albión. En las islas británicas, además de por el té, la puntualidad y la reina, sienten pasión por las subastas. Todo es susceptible de ser comprado, de ser vendido y de volver a empezar ese proceso de nuevo.
La propia Christie's fue fundada en Londres hace ya 250 años por el señor James ídem, que consiguió darle un lustre al apellido que ni la mismísima Agatha (quizá que ella sí, pero le viene de su marido y esa ya es otra historia…). Desde entonces por allí han pasado desde picassos y warhols hasta La peregrina, la perla entre las perlas que un día colgó del cuello de Elizabeth Taylor.
El caso es que en las islas se ha hecho fuerte la compraventa de chismes bonitos. Bonitos o feos, pero interesantes y casi siempre instigadores del cotilleo (o miren las cartas del amante de lady Di, que pide 100.000 librazas por ellas). No hay más que ver la que hay montada con el armario de Margaret Thatcher. Todos quieren sus sobrios bolsos negros, sus platos de porcelana fina, su vestido de novia de terciopelo azul —y mira que era poco Blue Velvet—, su maletín de prime minister con el emblema de la reina. Quizá el museo Victoria & Albert, tras dimes y diretes, se quede con la ropa de la primera primera ministra. Desde sus blusas de lazada seventies que hoy han vuelto, como el péndulo, a los escaparates, hasta sus sencillos trajes de chaqueta. ¿Acabarán expuestos en vitrinas los trajes monocolor y multicolor de Angela Merkel? ¿Irán las masas en peregrinación a comprobar si la chaqueta en cuestión tenía tres botones o cuatro? Aguanten 30 años, que ahí estarán.
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