Una CUP en mi vida
Quiero a alguien o algo maximalista en sus aspiraciones, que no me pasara ni una y a la que tuviera que rendir cuentas a cada paso

Eso es lo que yo quisiera con todas mis fuerzas: una CUP en mi vida. Que me espoleara, que no me dejara acomodarme. Yo soy una persona que normalmente me conformo con acariciar mis buenas intenciones cual dóciles perros, sin pasar jamás a la acción. Un indolente. Por eso alguien o algo maximalista en sus aspiraciones, que no me pasara ni una, que me escrutara con una mirada severa, y a la que tuviera que rendir cuentas a cada paso, buscando su aprobación, me vendría chipén. “No comas azúcares refinadas” seguro que me diría. “No comas bollería industrial”. “Pero si solo es una napolitana de crema”. “La bollería industrial es burguesa y opresora. Sus grasas saturadas imperialistas favorecen la aparición de alteraciones vasculares. NO A LA BOLLERÍA INDUSTRIAL”. A esa CUP íntima podría, sin lugar a dudas, confiar la consecución de mi régimen. Juntos declararíamos solemnemente: “Hoy X de X de 2015, iniciamos el régimen que culminará con la eliminación de esos cinco kilos de más que esclavizan a Joaquín Reyes y le hacen parecer carigordo. ¡Viva el régimen de la alcachofa!”. También me vendría fenomenal tenerla para las reuniones de vecinos: “Querida CUP, no te enfades, pero en la última reunión se ha decidido pagar una derrama para poner el ascensor”. “¡Ni se te ocurra! ¡Es injusto! Tú vives en un primero, no necesitas ese ascensor neoliberal”. “Pero es que… se ha aprobado en votación y, además… creo que lo dice la ley”. “Desobedécela. En ti no mandan esos que viven en el tercero, cuarto y quinto. Si no quieren mover sus culos es problema suyo. No a la derrama”. Y así.
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